Santiago, Italia

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

La solidaridad es el mayor gesto político

La reciente película del director de Caro diario y Palombella rossa, documenta el rol de la Embajada italiana durante el golpe de Pinochet.

Internacionalista. Podría ensayarse esta palabra tras ver Santiago, Italia, el más reciente trabajo del realizador Nanni Moretti: una de las miradas más lúcidas del cine. Y si de cine se trata, entonces también vale recordar que es este medio el que fuera tempranamente señalado por la vanguardia soviética como manera ideal para la consecución de una comunión sin fronteras. Por encima del analfabetismo, el cine.

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No se trata de señalar la película de Moretti como deudora de aquella estética -no es éste un trabajo orientado según preceptos de Vertov o Eisenstein- sino, antes bien, de tener presente que el cine es un lugar de encuentro político, capaz de despertar la mirada. Un encuentro que liga las historias de los otros con las de uno. En ese camino de explicación propia, de inquietud personal, se interna Moretti; en otras palabras, un camino internacional, tras los pasos de aquellos chilenos hoy italianos, que escaparan de la dictadura de Pinochet gracias a la Embajada de Italia.

Santiago, Italia es una película memoria, que retrata la tarea de quienes eligieron ayudar y de las personas perseguidas, en medio del golpe homicida sucedido el 11 de septiembre de 1973. Para llegar allí, el director se interna en el recuerdo de aquellos gloriosos días de democracia socialista, cuando Salvador Allende era elegido y sus medidas sacudían el panorama social. Euforia que los entrevistados rememoran. Al respecto, puede practicarse lo siguiente: si se prescindiera de lo que las palabras dicen, es notable cómo los rasgos de las mismas personas comunican de modos suficientes. Cuando se trata de traer a la memoria la celebración de la militancia y de la fiesta en las calles, a diferencia de cuando se trata de permitir que sean los momentos dolorosos los que prevalezcan.

Hay un mapa, en este sentido, que se escribe entre los ademanes, los silencios, las palabras que no alcanzan. Quizás sea éste uno de los motivos que justifican la elección formal que prevalece en Santiago, Italia: las entrevistas responden al plano medio clásico, al repaso seleccionado entre las muchas horas de diálogo que la cámara debió registrar; con el realizador por fuera de cuadro, orientando las respuestas y la mirada de quienes hablan. Así, lo que surge también es un relato polifónico, entre todas y todos, protagonistas de una historia compartida, de lazos comunes.

Por sí solo, esto basta para señalar la entraña socialista compartida. Es decir, Moretti adhiere a la postura de quienes entrevista. La cámara se sitúa a su altura, los escucha para decir con ellos, en una puesta en escena que bien podría señalarse como políticamente horizontal, sin ángulos de cámara que disientan. Las voces comulgan y junto a ellas sus rostros. Una amalgama que mestiza también al italiano con el castellano, en variaciones sonoras que son captadas tanto como las reacciones que esconden el comportamiento de los cuerpos. Una hibridez que hace germinar fraternidad: toda una declaración política.

Ahora bien, hay un momento en donde esta adhesión estética y moral se quiebra, una ruptura que obliga a hacer presente al entrevistador, al director. Aspecto ya referido en varias notas -porque es una marca indeleble, que no admite fisura ni ambigüedad-, Moretti aparece en cámara junto a un militar convicto, quien se dice inocente mientras defiende la teoría de los dos demonios. Es más, aduce haber aceptado participar en la película porque entendía que el punto de vista sería imparcial. Ése es el momento en donde el cineasta se hace presente y (le) aclara: "yo no soy imparcial".

la amalgama mestiza al italiano con el castellano, en una hibridez que hace germinar fraternidad, y configura toda una declaración política.

Esta vehemencia hace que el film se vuelva aún más potente. Y también: es elocuente que el militar hable desde la cárcel, el lugar que Moretti evidentemente dedica a los golpistas asesinos. Entre ellos, hay otro que habla con gratuidad y comodidad doméstica, desde su hogar, mientras justifica el accionar pinochetista ante el peligro de lo que habría sido "un gobierno totalitario". Un barbarismo que la película puntualiza: es en esos momentos en donde la voz de Moretti se crispa.

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A la vez, cuando los testimonios refieren a las detenciones y torturas, lo que sucede es el horror: de modo angustiante, porque toca a quien dice y al espectador de modo íntimo, desde el misterio de no poder encontrar palabras justas ni imágenes suficientes. Un horror al que no le faltan matices y anécdotas, hasta momentos de cierto humor: los aplausos y vítores de mucha ciudadanía mientras el Palacio de la Moneda era bombardeado; el convencimiento del cineasta Miguel Littin de que Allende fue asesinado; las lágrimas con las que un exiliado recuerda a Monseñor Raúl Silva Henríquez: "yo soy ateo", aclara, "pero cuando una persona merece respeto, hay que dárselo"; o las sonrisas de quien ayudara con el tejido de un abrigo para el bebé de su torturadora.

Que Moretti elija -entre músicos y periodistas, por ejemplo- entrevistar a cineastas como Littin y Patricio Guzmán dice también sobre el lugar que el cine mismo ha ocupado y ocupa en estos tiempos. Tiempos que, elige subrayar el film, se empañan de un individualismo consumista tenaz, que propicia y avala la derecha. (Así las cosas, ¿dónde está parado hoy el cine?). En este sentido, Santiago, Italia enhebra un canto de gratitud a la solidaridad, actitud política al fin y al cabo. Y la grafica en la tarea de la Embajada de Italia, responsable de refugiar y salvar la vida de 250 personas, cada una de las cuales encontró una manera personal con la que sortear ese muro que las separaba de la seguridad diplomática.

Un muro (de dos metros) que saltar, historias que contar. Por encima de este muro, por ejemplo, una abuela lanzó a su nieta. Los asesinos, por su parte, lanzaron el cadáver de una mujer: un hecho que la complicidad mediática dibujó como quiso, en consonancia con los dictámenes de los poderosos. Santiago, Italia registra voces que recuerdan y hace eco con el presente, sea italiano o chileno. Un presente justamente compartido.