Sangre y amor en París

Crítica de Fernando López - La Nación

Un agente de la CIA siembra el caos en París

En París, el atildado y eficiente James Reece (Jonathan Rhys Meyers) se encarga de que nada le falte al embajador norteamericano: lleva su agenda, le cuenta los chismes del ambiente político, sostiene con él apasionantes partidas de ajedrez y además es discretísimo: nadie diría que bajo su disfraz de funcionario diplomático hay un aspirante a agente de la CIA. Es el asistente perfecto, pero seguramente necesitará alguna ayuda ahora que se viene una reunión cumbre y hay que extremar las medidas de seguridad. Eso piensan en Washington, y para eso le mandan a Charlie Wax, es decir, a John Travolta.

Para eso, y para que haya película, porque todo el chiste resulta de oponer a la formalidad y la mesura de uno la extrema brutalidad del otro, un gorila pelado al rape, de aro metálico en la oreja, barbita teñida y carácter destemplado, que está acostumbrado a lidiar con gente peligrosa y que tiene un método muy drástico para deshacerse de los presuntos enemigos de la seguridad nacional: los quema a balazos antes de que puedan abrir la boca.

Una vez armado el dúo de "héroes", sólo falta verlos actuar. Lo que quiere decir que llega el caos: la imagen se llena de fogonazos, estallidos, tiroteos, persecuciones, cocaína que llueve de techos perforados por las balas o se transporta en costosos jarrones de porcelana, cadáveres que tapizan los salones o caen por el hueco de las escaleras, chalecos forrados de explosivos, mafiosos chinos y terroristas camuflados bajo los rostros más inocentes. Mientras, Reece (hasta ahí tan modoso y tan enamorado de su hacendosa y comprensiva noviecita francesa) va copiando las mañas de su compinche y perdiendo los escrúpulos.

Hay sangre y hay un poco de amor, como se ve, pero nada que deba tomarse en serio: la disparatada intriga concebida por Luc Besson sólo sirve de excusa para un festival de acción que Pierre Morel conduce un poco a la manera de los films de artes marciales, pero sin demasiada prolijidad. En la imparable serie de salvajadas que comete Travolta con el aire de quien está haciendo travesuras reside el módico interés de la película, que tiene por lo menos una ventaja: gracias a su acción vertiginosa, la proyección pasa pronto.