Sangre blanca

Crítica de Federico Ignacio Bazán - Cuatro Bastardos

Sangre Blanca: Un cadáver une a padre e hija.
Eva de Dominici y Alejandro Awada hacen lo posible para sacar a flote esta pequeña película que llega a nuestros cines.
Cuando leemos la sinopsis o vemos el trailer esperamos apreciar una trama que recorre el camino del thriller, con toques de drama. Pero en este caso el suspenso está bastante dejado de lado, con ningún momento de tensión, y con un drama que se apoya en la relación ente el padre y la hija, la cual sufre un acontecimiento de vida o muerte.
La historia se nos presenta en la frontera con Bolivia. Mayormente los exteriores fueron filmados en Tartagal o en la localidad Salvador Mazza de Salta, provincia de donde es oriunda la directora y guionista de este film Bárbara Sarasola-Day. Aquí comenzamos a ver a Martina (Eva de Dominici) y Manuel, el cual se siente muy mal y por eso se hospedan en un hotel. Allí descubrimos que ellos son mulas llevando cápsulas de cocaína dentro de sus cuerpos, pero Manuel muere debido a éstas y Martina debe lidiar con el cadáver.
Con esta prometedora premisa el conflicto empieza a conformarse y Martina, con la presión de los traficantes, decide llamar a su padre Javier (Alejandro Awada) que nunca conoció. Sin embargo, dicha presión está hecha solo por una moto y un teléfono, pasando los primeros minutos de la película viendo a Martina drogándose, pasando el momento e intentando olvidar que tiene un cadáver en el hotel. Estas secuencias parecen desperdiciar tiempo valioso del film en dónde se podría haber ahondado en los aprietes de los traficantes para darle fuerza al género, o en conocer un poco más la historia de Martina, pero eso no sucede.
El conflicto es débil, pudiendo resolverse solo con la llegada de Javier sin ninguna peripecia que sortear por parte de la protagonista más que su conflictiva relación con él. Pero dejando de lado que es posible realizar una obra cinematográfica sin que haya demasiados obstáculos para la protagonista en lograr su cometido, lo que sería algo no clásico, en este caso la película parece que le cuesta tomar un camino en concreto: sí usar el thriller para saber que va a hacer Martina con el cadáver, o sí adentrarse en la relación entre padre e hija que es más interesante pero no tan desarrollado.
Cuando entra a escena Javier, esperamos una actuación descollante de Awada como nos tiene acostumbrados, pero en este caso no. Se quiere mostrar al personaje de Javier como misterioso, introvertido y calculador, y Awada en cada escena parece que estuviera recién levantado de dormir.
Martina con su odio, miedo y desazón, sale bien parada en algunas escenas gracias a Eva de Dominici que hace lo posible por entregar algo de tridimensionalidad a un personaje plano.
A pesar de que la fotografía es correcta, y resulta ser una película pequeña en presupuesto con pocas locaciones y personajes, estos elementos como un personaje que solo sirve para que tenga sexo Martina y luego llevarla de un lado a otro, o que los traficantes parezcan bondadosos en cierto punto, podrían haberse utilizado mejor.
Dejando en claro que el suspenso, el peligro o inmediatez no están bien logrados, pongamos el ojo en la relación entre Martina y su padre Javier. Ella lo llama a él, extorsionándolo para que se quede. Él le facilita mucho las cosas a Martina, con un conocimiento en la materia bastante inusual, dejando el misterio (O falta de desarrollo) de quien es verdaderamente Javier. Nunca hay una charla profunda o extensa entre ellos, más que lidiar con el problema en sí, mientras Martina se droga e intenta resolver el tema de las cápsulas. Aunque esta trama quizá les resulte más interesante, con un final atractivo, no alcanza para hacer brillar a estos personajes poco elaborados.
Es como si la directora se hubiese enfocado en la mala relación entre padre e hija, con la excusa de una trama bastante clásica (Lidiar con un cadáver), pero no utilizando bien el suspenso. Lamentablemente ésta película no llega ni a ser poética, ni dramática profundamente, ni muy entretenida, al estorbarse los géneros uno con el otro.