Sanctum

Crítica de Martín Tricárico - A Sala Llena

Básicamente, y a muy grandes rasgos, tengo la creencia de que hay dos formas de ver una película como esta. La primera responde al rasgo o parámetro más crítico, analizando y teniendo en cuenta los caracteres ideológicos que la componen, buscando lo que hay más allá de la archiconocida historia del grupo de sobrevivientes que ante una situación crítica se las rebusca para sobrevivir, dejando de lado el galopante, empalagoso y publicitado 3D que acompaña el título y aprovechado por la película misma para, además, hacer gala de su principal impulsor, James Cameron, buscando al mismo tiempo tapar, quizás, el hecho de que su propio director es rotundamente desconocido, la pobreza del argumento, del elenco, de los diálogos y de todo lo que forme parte del contenido fílmico.

Por otro lado, una segunda lectura posible sería olvidarse por completo de la primera, inmiscuirse totalmente en el goce más absoluto por los efectos visuales, aceptar sin tapujos las delicias del 3D y dejarse llevar por la enorme cuota de sensacionalismo extremo, tropezones, ahogos, cuerdas que se rompen, rocas que se desprenden, sacrificios rapiditos, clisés y gags típicos del género en cuestión. El problema central es que esto realmente implica un esfuerzo muy grande. Sí, realmente...

Por mi parte, tengo que reconocer que si bien sabía perfectamente que la mejor manera de verla se encontraba del lado de la segunda, no pude sin embargo desprenderme de una primer lectura que obviaba muchas particularidades innegables. Algo que creo que siempre hay que tener en cuenta es que toda película construye en su discurso un mensaje, con una determinada ideología; y esto, por más que el film en cuestión se enmascare como el más puro y simple artilugio de entretenimiento, jamás debe ser pasado por alto.

Ya de por sí arranca con Josh, un rubio modelo, recién salido de la adolescencia, tipo “cool”, sonriente, simpático, musculoso, macanudo, de todo menos actor. El chico en cuestión tiene ciertos problemas con su papá, el jefe de buzos que comanda una expedición quichicientos metros bajo tierra, que entra en problemas cuando un ciclón inunda la excavación. Con lo cual se decide intentar salir “por la puerta de atrás”. Al ser necesario en estas películas que se mueran unos cuantos en el camino para jugar al “a ver quién sobrevive”, a ambos personajes los acompañan el gordito “buena onda”, (por lo visto fanático de Los Ramones), el financista aventurero que no sabe donde se mete, su novia histericona que no se quiere ni poner el traje de buzo y el infaltable negrito nativo del lugar, porque claro, dijeron los productores, somos progre y estamos a favor de la integración racial, pero ojo, que sea buenito, que ni se le ocurra decir una palabra y que se muera cuanto antes ¿eh? Cualquier similitud con Avatar es racismo puro, a secas.

En el medio, además, tenemos el también conocido rasgo de la problemática familiar, donde se nos muestra rápida y verbalmente como es la relación de Josh con su padre y como ambos, al estar insertos en una situación extrema, reconcilian sus diferencias y se aceptan el uno al otro; como si el hecho de que peligre la vida de ambos fuese un requisito indispensable para que esto suceda. El viejo modelo de “la supervivencia del más apto” o de “lo nuevo reemplaza a lo viejo”, vuelve a tomar forma en esta película de formas moralmente tradicionales y burdas.

A fin de cuentas, por más que el film sea inserto en las más grandes profundidades de la Tierra, su mirada sobre el mundo jamás se desprende de la superficie.