Salvajes

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Narcos New Age

¡Llegó el gurú del budismo… cinematográfico! No, el Ravi Shankar no va a dirigir películas ahora. Oliver Stone está de vuelta entre nosotros para inculcarnos su poderosa sabiduría. Especialmente si se trata de drogas y observaciones del capitalismo, dentro del sistema mismo. Stone, odiado, despreciado, pero también, muchas veces sobreestimado, es un director que genera polémica cuando no pretende generar polémica, y por lo tanto todos aquellos que lo critican por ser un realizador que busca siempre la confrontación política, también lo critican cuando no intenta serlo.

Tras varios años de venir haciendo productos que van de malos (Alexander, Las Torres Gemelas) a mediocres (W., Wall Street: El Dinero Nunca Duerme), encuentra en Salvajes una suerte de regreso a un cine, que sin ser realmente trascendente, al menos se puede ver como uno de sus productos más osados de los últimos años, en cuánto a tono satírico y violencia gráfica, pero también que lo confirma como el gran narrador que supo ser a finales de los ’80 y principios de los ’90.

Los primeros 15 minutos nos presentan a una trío amoroso que funciona a la perfección: Ophelia (Lively), Chon (Kitsch) y Ben (Johnson), tienen un romance perfecto entre ellos. Ophelia tiene una relación bígama con ambos, y Stone nunca los juzga ni condena por eso. Al contrario, hace apología de ello. Ninguno de los dos hombres siente celos por el otro, ni confronta por la mujer en cuestión. Ambos, además son productores y traficantes de la mejor marihuana de California, gracias a los conocimientos botánicos de Ben, y las conexiones de Chon, un ex soldado de la guerra de Afganistán. Ambos forman, en palabras de Ophelia el yin y el yan, el equilibrio perfecto de una hombre (o son dos mitades de la mentalidad del propio Stone). Ben es pacifista, usa las ganancias para viajar por el mundo y construir sistemas de economía ecológicos. Chon usa la fuerza militar cuando algún comprador no quiere pagar. Así funciona la economía. Stone nos muestra este sistema “perfecto” con un montaje veloz e inteligente, como si nos estuviera describiendo como funcionan los negocios de Wall Street. Pero no todo es paz, amor, porro, dinero y felicidad. En el medio, entra el cartel de Baja, México, para adueñarse del negocio de Ben y Chon.

La metáfora es clara. Los narcos representan a las empresas multinacionales que van adquiriendo a cualquier negocio casero independiente capaz de triunfar. Si no se unen a ellos, les están en contra y por lo tanto serán castigados (esto lo podemos traspasar también a la política si queremos). El punto es que los narcos liderados por Elena Sanchez, la viuda de un antiguo magnate del negocio, venida a menos, decide secuestrar a Ophelia, hasta que Ben y Chon decidan agruparse a su empresa. Pero los muchachos, en cambio decidirán darle batalla.

Si bien en W. y Wall Street 2, Stone había retomado un poco con su cinismo e ironía habitual, es en Salvajes donde el resultado termina siendo más redondo y contrastante.

Por un lado, la pintura del mundo narco toma clisés y lugares comunes, pero por otro, sirve como sátira del mundo corporativo. El abogado de Elena (brillante Demián Bichir) es elegante y no muy diferente a lo que podría ser el de que cualquier multinacional gigante. Una suerte de Tom Hagen del mundo de las drogas. Pero también está la cara “salvaje” de Elena, representada por Lado, un mercenario sádico y violento compuesto por un Benicio del Toro border, grotesco, burdo, que sin duda, es lo más interesante del elenco. Estos dos personajes son un espejo exacto de Ben y Chon. En el medio se encuentran los femeninos: Ophelia, una joven que extraña la presencia de su madre, y Elena, la dueña del cartel, que justamente no se puede relacionar con su hija. Este juego de opuestos, marca uno de los puntos más interesantes del guión firmado por Stone, Winslow y Salerno. En ningún momento Stone descuida la relación padres-hijos en casi todos los personajes. Le aporta humanidad, aún con cierta ironía, a cada uno de ellos. Los narcos terminan teniendo sensibilidad, lo cual resulta irónico con la exhibición de actos que cometen. Así, Stone regresa a la sátira violenta y alocada de Asesinos por Naturaleza o Camino sin Retorno, sus mejores obras de los 90, y no teme mostrar torturas bastante gráficas.

El absurdo domina gran parte del relato y especialmente en el desenlace “elige tu propia aventura”, donde Oliver juega a ser Michael Haneke y burlarse de los típicos finales moralistas del cine de Hollywood. Acá, en cambio lo que es un final de mierda para la sociedad, se convierte en un final feliz para los protagonistas, y paradójicamente, también para el espectador.

El film tiene una narración fluida y mucho más dinámica de lo que Stone venía haciendo en los últimos 4 films, pero por momentos se extiende demasiado en alguna que otra escena, otorgando un ritmo un poco denso. Le sobran minutos, básicamente. Visualmente tiene algunos caprichos de montaje y superposición de imágenes muy típicas de la etapa más videoclipera de su realizador, pero no abusa de esto como en Asesinos… Está más contenido. Lo mismo se puede decir del trío de protagonistas. Kitsch, Lively y Johnson no consiguen interpretaciones inolvidables, pero tampoco desbordan. Son los veteranos: Del Toro, Bichir y John Travolta, (que interpreta a un corrupto agente de la DEA que funciona como comodín), los que logran las actuaciones más destacadas, con mayores matices, al borde de la caricatura. A Salma Hayek le toca el personaje más extraño. Funciona muy bien cuando es una asesina despiadada, pero su perfil más humano, parece sacado de una telenovela mejicana.

Salvajes es un film extraño, políticamente incorrecto, de contrastes, con excesos, pero al mismo tiempo coherente con la mirada del director. Al igual que en Wall Street 2, Stone le impregna una mirada new age a sus personajes. Si bien humanizar a Gordon Gekko fue un pecado mortal, darle un tono zen a narcos parece una respuesta irónica a los cánones de la sociedad estadounidense. Stone se caga en la monogamia, promueve la legalización de la marihuana y convierte a torturadores en villanos queribles. Libre albedrío, amor y porro para todos. A happy world, a happy end.