Salvajes

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Policías y drogas a medio camino

El cine de Oliver Stone es, puede decirse, muestrario de una presunta carrera vaivén, dada entre proyectos más comerciales y otros más "personales". Siempre y cuando tal distinción, claro, sea pensable. En tal sentido, sus films más autorales serían los mejores. Pero esto no es así. Tampoco a la inversa. Porque la obra de Stone es más o menos siempre la misma, tanto en lo que refiere a Wall Street como a Comandante, a Salvador como Al sur de la frontera. Más o menos buenas. Más menos que más.

Es que sus películas son, cuando se lo proponen, obvias, redundantes, aleccionadoras. A veces, la cuestión camina mejor. Sea quizá por cierta ironía involuntaria o merced al clima de época; tal es el caso de Asesinos por naturaleza o U Turn. A medio camino puede situarse Salvajes. Algo -?positivo-? tendrá que ver la colaboración justa que en el guión significa Don Winslow, autor de la novela de origen. La literatura de Winslow oscila entre la ironía brutal, la pornografía, el crimen, la traición, la delación, la deshumanización, y el tráfico de drogas. Diálogos sardónicos, comportamientos animales, pueblan sus relatos. Algo de esto hay en Salvajes. Quizá no lo suficiente. Aunque con un espíritu más o menos consecuente con la literatura winslowiana.

Por ejemplo: ¿por qué quiere un cartel mexicano quedarse con la tajada que significa el pequeño trío de traficantes californiano? Porque es lo mismo que hace el Wallmart con sus competidores, explica el agente de la DEA, corrupto, interpretado por John Travolta. También: ¿de dónde viene la droga? ¿México? No... de Afganistán. Ninguna marihuana mejor que la de Afganistán. El marine, así, acumula semillas mientras mata por la patria. Las siembran con su amigo/amante en Estados Unidos. Y burlan con cinismo suficiente la moralina á la Traffic. Dos amigos y una amiga. Uno, violento y soldado; otro, espiritual, dado a la beneficencia; ella, vínculo sexual que, por éso, será víctima de secuestro para el chantaje del cartel mexicano.

¿Lo mejor? Benicio Del Toro. Mexicano bruto, abigotado, insensible, asesino. En él la caricatura es precisa. Pero el desdibujo comienza por la gran jefa (Salma Hayek). Más la música de Chespirito como contrapunto a la violencia. Hay algo allí que no termina de funcionar. Que acerca a Salvajes al clima que tuviera Asesinos por naturaleza pero sin la consistencia suficiente. Como si de un mamarracho se tratase, en donde los apuntes críticos no terminan de cuajar con una puesta en escena que, por no animarse a ser de una política incorrecta plena, se vuelve imprecisa. A medio camino. Pero lo suficientemente lejos de la perorata discursiva. No es poco.