Salvajes

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Acción clase B en busca del ascenso

Unos chicos que cultivan marihuana en su mansión extrañamente terminan siendo un canto al american way of life.

Desde el comienzo de su carrera, cuando pasó de una peliculita de terror (La mano, 1981) a una avanzada de la corrección política como Salvador (1986), la obra de Oliver Stone se dividió entre el trash más desvergonzado y el progresismo yanqui al palo. Guiado por esa esquizogenia –perdón por el neologismo–, este veterano de Vietnam alternó entre chorreantes hamburguesas cinematográficas (The Doors, El cielo y la tierra, Asesinos por naturaleza, Alejandro Magno, Las torres gemelas) y denuncias bien pensantes (Wall Street, Nacido el 4 de julio), logrando a veces aunar con más fluidez lo político y lo comercial (Pelotón, JFK, Nixon) y alcanzando su cota máxima de progresía en la serie de documentales políticos latinoamericanistas que van de Comandante a Al sur de la frontera, pasando obviamente por Looking for Fidel. En el curso de este año, esa disociación quedó más a la vista que nunca: a comienzos de temporada, Stone estrenó su tercer documental sobre Fidel (Fidel in Winter) y ahora hace lo propio con Salvajes, su película más pulp desde Camino sin retorno (U Turn, 1997).
Salvajes tiene problemas de verosimilitud: ¿cómo creer que tres chicos se enfrenten a un cartel?

Chon, ex marine testosterónico (Taylor Kitsch, el hombre del apellido), el ecoamigable Ben (Aaron Jonson) y la bomba rubia Ofelia (Blake Lively, más que rubia, dorada, de la cabeza a los pies) son jóvenes, bellos, deportivos, sexies y emprendedores. Como si se tratara de una versión con sangre, sudor y tiros de Jules et Jim, Ofelia curte indistintamente con Chon y Ben, y no problem para ellos. Y ellos son dueños de una espectacular casa sobre las soleadas playas de Laguna Beach, que incluye un vivero gigantesco dedicado al monocultivo de cannabis. Se diría que es algo así como una empresa familiar, pero Chon y Ben –Ofelia no importa demasiado, como ninguna mujer en ninguna película de Stone– aspiran a más. Como la yerba, que traen directamente desde Afganistán, es de calidad ABC1, los muchachos aspiran a dominar el mercado de Baja California. Iniciativa que, como puede suponerse, no es del agrado de cierto cartel mexicano dominado por una señora llamada Elena (Salma Hayek, con peluca como de Cleopatra), que no tardará en encargarle a Lado, su matón de confianza (Benicio del Toro) que convenza a los beach boys dealers de que más vale se dediquen al surf. Pero sucede que los chicos cuentan con protección. O eso creen. Para Dennis (John Travolta como el agente de la DEA más corrupto del mundo), las dobles, triples y hasta cuádruples traiciones son como el pan cotidiano. O el faso cotidiano, más apropiadamente.

La utilización de una sierra eléctrica, al comienzo de la película y no precisamente para talar árboles, hace pensar en algo así como un autohomenaje o ajuste de cuentas con Scarface, de la cual el señor Stone fue el guionista. Pero no hay ni un miligramo del carisma de Tony Montana en estos californian boys, ni en los miembros del cartel –Salma Hayek se confirma como la peor actriz latina desde que Penélope Cruz dejó el trono, de la mano de Almodóvar– ni en el agente de la DEA –pocas veces Travolta estuvo menos carismático– ni en los matones de sierra eléctrica, ni en nadie. Salvajes tiene serios problemas de verosimilitud: es imposible creer que tres chicos bronceados puedan hacerle partido al ejército de desalmados con el que se enfrentan; menos aún que el tráfico de marihuana movilice semejante guerra. Y es una de acción clase B en busca del ascenso, con más de dos horas de duración y una indudable tensión, sostenida a fuerza de cortes. Cortes de montaje y de los otros, gracias a los machetes, sierras y otras herramientas de las que los muchachos del cartel hacen uso. A la larga, la película termina resultando algo así como un canto a la libre empresa, la iniciativa individual y el american way of life, representados por estos Mark Zuckerbergs de la maconia. ¿Qué pensará Fidel de todo eso?