Rush - Pasión y gloria

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Vértigo

Atrapante filme, en torno del duelo de Fórmula 1 entre Niki Lauda y James Hunt.

Para los estadounidenses la Fórmula 1 no es lo mismo que para el resto de los fanáticos del automovilismo del planeta. Ellos están más enfrascados en las 500 millas de Indianápolis y esos circuitos, y, por eso, que Ron Howard se haya fijado en este mundo, y además en el pasado, en la rivalidad de Niki Lauda y James Hunt, es sorprendente. Y además, fueron pilotos austríaco e inglés, no norteamericanos. Doblemente arriesgado.

El riesgo es el material sobre el que el director de las excelentes El diario y Apollo 13 -y la soporífera El código Da Vinci- construyó Rush. Basada en la historia real de los pilotos que a mediados de los ’70 llevaron su rivalidad en las pistas hasta fuera de ellas.

No importa que el espectador sea o no fierrero para entretenerse. Ni que sepa quién ganó tal o cuál carrera, quién tomó primero una curva o fue primero campeón del mundo, ni nada con la historia o la trayectoria de Lauda y Hunt.

Howard grafica -no es de ahora: siempre fue mejor mostrando las acciones que haciendo hablar a sus personajes- el temor por la posibilidad concreta de perder la vida en cualquier giro, en cualquier momento de una carrera haciendo vomitar a Hunt antes de subirse al auto.

Técnicamente, la película es impecable. El director de fotografía Anthony Dod Mantle trabaja el color y la composición de la imagen para crear climas y efectos (la carrera bajo la lluvia, en la que la cámara tiembla, se sacude, y los autos parecen brotar de la niebla). Y el montaje es brioso, con cortes rasantes.

En un filme con presupuesto apretado para lo que es Hollywood, Peter Morgan, el guionista de La reina y que ya trabajó con Howard en Frost/Nixon, se volvió un pistón importante. Construyó la guerra de egos a partir de los diálogos que los corredores se cruzaron, y lo que dicen de sí fuera de cámara.

Lo cierto es que el “papel” de Niki Lauda está mucho mejor escrito y desarrollado que el de James Hunt. Lauda se rige por las reglas, Hunt es un playboy más guiado por el instinto que el cálculo. El agua y el aceite, en una misma pista, con neumáticos a centímetros uno de otro, puede resultar inflamable.

Y al ser algo así como un estudio de dos hombres, quienes los interpretan tienen el desafío de volverlo apasionante y sustancioso. Daniel Brühl tiene el handicap de que su personaje, Lauda, ofrece más aristas, y es el más ambivalente de los dos. Puede despertar tanta admiración como compasión, pero nunca pena. Chris Hemsworth, más conocido por “Thor”, es un Hunt visceral, un tipo de una sola línea. Y es el contrapeso perfecto.

En síntesis, Howard logra que el espectador se meta, literal y en sentido figurado, dentro de los cascos de los pilotos para desarrollar una historia tan atrapante como vertiginosa.