Rush - Pasión y gloria

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Vértigo

Ron Howard, un director correcto para la industria norteamericana, se atreve a hurgar en la rivalidad del británico James Hunt y el austríaco Niki Lauda, los mayores contendientes al campeonato Fórmula 1 de 1976. Que los Estados Unidos jamás tuvieran interés en la categoría quizás explique por qué Rush es atípicamente hollywoodense. Existe algo genial en el trabajo de Howard y su guionista, Peter Morgan (colaborador suyo en Frost/Nixon, guionista de biopics sobre hechos recientes como La reina y El último rey de Escocia) y es que exhiben lo vehemente de esa relación mostrando sólo detalles.
El carismático y dionisíaco Hunt (Chris Hemsworth) frente al torvo y calculador Lauda (Daniel Brühl); ¿hace falta mostrar algo más que su reacción frente a las mujeres para enrostrar descarnadamente su incompatibilidad? Si bien la sinécdoque comienza a abundar como recurso estético, aquí es la fibra que genera una sintaxis alternativa, como una historia en tercera dimensión. Hunt vomita de nervios, oculto tras su equipo mecánico; los ojos de Lauda miran desorbitados en primer plano, extasiados por el vértigo de la pista. Hay partes de carrocería en acción, compaginadas en el instante justo. Hizo falta eso, un cronómetro implacable, dos roles perfectos y una buena idea. Si Rush es la obra maestra de Howard y uno de los films del año, es porque responde al lema “menos es más”. Por ese recorte, pese a la inclusión de imágenes de archivo, poco importa la fidelidad a la historia, porque la ficción tiene entidad propia. Cierto, Rush no carga un mensaje, no aspira más que a transmitir el vértigo de las máquinas, la curva donde los protagonistas se juegan la vida. Y pese a que en el final, desgastado, recala en boxes, Howard logra su cometido.