Rush - Pasión y gloria

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Con la muerte en cada curva

Hubo una época dorada en la Fórmula 1 en la que las motores alcanzaron su máximo potencial, dejando muy atrás a las medidas de seguridad. Entre los ‘70 y los ‘80 (algunos podrán pensar que esa era terminó el 1º de mayo de 1994, con la muerte de Ayrton Senna da Silva) los pilotos eran unos aventureros que se jugaban la vida en cada vuelta, en cada chicana, volando en una máquina a 272 kilómetros por hora que en cualquier momento podía perder agarre y estrellarse, incluso en las pruebas de clasificación.

¿Qué clase de hombres son capaces de batirse con la muerte a cambio de un instante de gloria? Ron Howard se encontró con una historia real de esas que tanto gustan (con guión de Peter Morgan, con quien ya trabajó en “Frost/Nixon”), incluso de las que obligan a los actores a ver cómo se movían los personajes en material documental. Una rivalidad alentada por las circunstancias, por la prensa, pero que pudo convertirse en un duelo de caballeros.

El piloto británico James Hunt era mujeriego, amigo de las fiestas y los excesos, impulsivo, vivía de instante en instante, sabiendo que podía morir al día siguiente. El austríaco Niki Lauda era metódico, exigente, cuidadoso, calculador de los riesgos y de su capacidad para afrontarlos. Uno murió a los 45 años de un ataque al corazón, el otro está vivo y coleando a pesar de su mítico accidente. ¿Qué podían tener en común? Ambos eran herederos de familias ricas a las que abandonaron para dedicarse al automovilismo, lo único que les interesaba hacer en su vida. Con su límite de sacrificio: uno era incapaz de sostener un matrimonio; el otro pensaba que “la felicidad es tu mayor enemigo. Te debilita. Pone dudas en tu mente. De pronto, tienes algo que perder”.

El relato

El guión de “Rush: pasión y gloria” va construyendo el devenir de esa rivalidad deportiva desde la Fórmula 3 hasta la máxima categoría. Terminando 1975, Lauda se corona campeón con Ferrari y Hunt se queda sin escudería. Así llegan al crucial 1976: Hunt consigue entrar a McLaren y así igualar el poderío mecánico de los cavallini rampanti de Maranello. Todo estaba dado para un duelo equitativo, hasta la carrera de Nürburgring y el Ferrari en llamas, una carrera que Lauda no quería correr y que Hunt necesitaba para achicar diferencias en el campeonato. Y de allí a la definición del título, con un Lauda desfigurado pero recuperado notablemente, en parte debido a la necesidad de volver a confrontar.

Otra de las inteligencias del guión reside en la construcción de cada una de las personalidades a través de los diálogos y los monólogos interiores, con los personajes presentándose a sí mismos y definiéndose a través de ideas fuerza. Howard sabe traducir eso en un relato lleno de intensidad, con la mano de un verdadero piloto: sabiendo cuándo apretar el acelerador, para dar fuerza en los momentos importantes, construyendo el crescendo del tramo final del torneo y “rebajando” para dar calma en conversaciones clave, especialmente en el final.

Los rostros

Otra de las fuertes apuestas está en el elenco: había que elegir dos duplas, porque la idea también era mostrar a las igualmente contrapuestas esposas de los corredores. La pareja anglosajona se conformó con dos celebridades de los últimos tiempos, que aúnan belleza física y solvencia actoral: Chris Hemsworth (el Thor de las últimas películas) le pone humor y galantería a su Hunt, agregándole sus aspectos más oscuros. Olivia Wilde (la “13” de “Dr. House”) se pone en la piel de Suzy Miller, bonita y madura al lado del bribón. Por el lado de la pareja germánica, se recurrió a quienes tal vez sean dos de las figuras más destacadas del cine alemán de la última década: Daniel Brühl (Good Bye Lenin!, Los Edukadores) torna querible al asocial y maniático Lauda (con el agregado de los característicos dientes del piloto), y Alexandra Maria Lara (“La caída”) encarna sutilmente el acompañamiento y la fuerza de su esposa Marlene.

Fuera de esas presencias (y de la tensión hasta física entre los protagonistas, contrapuestos hasta en estatura y rasgos), una de las actuaciones principales es la de Pierfrancesco Favino como Clay Regazzoni (compañero de Lauda en BRM y Ferrari) y, sumando todo su britanismo, Julian Rhind-Tutt como Anthony “Bubbles” Horsley y Christian McKay como Lord Hesketh, diseñador y dueño de la primera escudería de Hunt en la F1.

La buena elección del casting y el trabajo de caracterización han logrado buenos resultados en los parecidos; todo basado en una documentación que los observadores podrán notar en vestimentas “públicas” (publicidades, bodas, etc.).

Inmersión

Pero todo esto no cerraría sin la maestría con la que Howard rueda las escenas de carrera, combinando diversos recursos orientados a transmitir sensaciones físicas: imágenes reales de archivo (o ficcionales que las imitan), el relato de los comentaristas en varios idiomas, la lluvia en cámara lenta, cayendo sobre los alerones y los espectadores; también la visión subjetiva con el cristal empañado, y el segundo de claridad congelado en el que el habilidoso puede esquivar un auto accidentado; o las tomas “artificiales” (un recurso que se viene usando en cine y televisión) en las que se puede ver el fuego de la ignición y el trabajo de los pistones en movimiento. El resultado es cinestésico y envolvente, una sensación mucho más profunda que la de la camarita que hoy pueden portar los coches en las transmisiones.

Como dato curioso, se recuerda quién fue el piloto contratado por Ferrari casi desde los mismos boxes de Nürburgring, cuando no había muchas chances de que Lauda volviese: un tal Carlos Reutemann. Estaba listo para debutar en Monza como compañero de Regazzoni, pero Niki reapareció a reclamar su lugar. Ese día corrieron los tres, pero Niki cumplió la promesa de superar al santafesino.