Rush - Pasión y gloria

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Corredores famosos como rock stars

La nueva película del director Ron Howard (Cocoon, Una mente brillante, El código Da Vinci) se sumerge de lleno en el mundo de las carreras de Fórmula 1 durante los años '70, retratando el histórico duelo Hunt vs. Lauda.

No importa que el espectador sea indiferente al deporte, porque cualquiera sabe que una buena película centrada en alguna disciplina como el fútbol, carrera de embolsados, críquet, pesca con mosca o cualquier otra, bien llevada ofrece una carga dramática ideal para el cine. Y si se le agrega el condimento de la rivalidad de dos personajes fuertes (un elemento casi indispensable para el buen desarrollo del cuentito), los elementos que ofrece el relato pueden ser irresistibles, aun para los que ni se mosquean ante cualquier justa deportiva.
Rush. Pasión y gloria cumple todos estos requisitos, y –por si fuera poco– tiene una tensión extraordinaria que le imprime Ron Howard a la historia. Ahí está la rivalidad que alcanzó la categoría de leyenda entre el robot Niki Lauda ganando casi todos los grandes premios mientras el hedonista James Hunt le mordía el alerón a la espera de su gran oportunidad en la legendaria Fórmula 1 de la década del setenta.
Para esa época, la categoría había alcanzado un estatus nuevo, pleno de glamour, millones en danza, pilotos que eran tan famosos como un rock star, siempre sonrientes, con una bella mujer tomada de la cintura y una infaltable copa en la mano.
El director de Apolo 13 y El código Da Vinci recrea al detalle esos años, pero su mayor acierto es presentar a los dos corredores como dos personajes definitivamente opuestos pero necesariamente complementarios. El film cuenta el duelo entre Lauda y Hunt (Chris Hemsworth) desde los comienzos en la Fórmula 3, cuando ya se perfilaba que cada uno representaba dos maneras de mirar al mundo, con Lauda (Daniel Brühl) como el deportista frío y calculador, el futuro en números, –costos, beneficios y la reducción de la emoción del riesgo a su mínima expresión–, mientras que el desaforado Hunt, puro talento intuitivo, sin saberlo representaba el pasado, un mundo que se estaba retirando para dar paso al negocio desapasionado. Una especie de western fordiano (por caso, Un tiro en la noche), balanceándose entre dos personajes en tensión ante un nuevo mundo.
Howard, con la colaboración del guionista ganador del Oscar Peter Morgan (con quien ya había trabajado en Frost versus Nixon), registra la velocidad, el miedo, los entretelones del negocio y llega al accidente del circuito alemán de Nürburgring, en donde Lauda quedó desfigurado –justo al piloto austríaco que era un obsesivo de la seguridad– y abrió la posibilidad para que Hunt se convirtiera en campeón. Una tragedia en toda su dimensión cinematográfica, clásica, atrapante y conmovedora.