Rush - Pasión y gloria

Crítica de Fernando Herrera - Mirar y ver

Apetito de destrucción

Semejante historia merecía una película. Si todo lo que se cuenta no hubiera pasado, uno podría pensar que el guionista condimentó demasiado la trama. Pero pasó. En 1976, Niki Lauda y James Hunt supieron ser las máximas estrellas de ese circo romano del Siglo XX llamado Fórmula Uno. No podían ser más distintos. Ese austríaco calculador y ese inglés desmedido. Sólo los unía el afán de ser el mejor, y cierto código de caballerosidad que se mantuvo a pesar todo. Y ese todo es mucho. Con la muerte acechando en cada curva uno se siente más vivo.

Ron Howard ha hecho cosas buenas y malas, y a esta altura ya está de vuelta y dirige con solidez y oficio más allá de algunos subrayados innecesarios. También es valioso el aporte de sus habituales colaboradores, como Daniel Hanley y Mark Hill, responsables del notable montaje. La fotografía y todos los rubros técnicos también se lucen en su justa medida. Y el duelo de protagonistas remite a una de las mejores películas del director, Frost/Nixon, que también se metía con otra historia que valía la pena recuperar.

Este Lauda/Hunt se ampara también en el talento de Daniel Brühl (que debe lidiar con un personaje sumamente contenido y de llamativo parecido físico) y Chris Hemsworth, un actor interesante que logra desmarcarse de ese lugar de galán que automáticamente se le asigna. Amparados en un guión que sin condescendencia muestra sus vicios y virtudes logran transmitir dosis exactas de antipatía y empatía en su rivalidad bien entendida.

Rivalidad que tiene su epicentro en agosto de 1976, durante el Gran Premio de Nürburing. Allí se juega mucho más que una carrera, mucho más que la efímera gloria. Dilemas que exceden el marco de lo automovilístico. Cada uno tomará sus decisiones y será consecuente con ellas. Cada uno se creerá más vivo que el otro.

Esa pulsión de muerte parece ser un motor más confiable que los que impulsan las máquinas que a puro vértigo buscan domar esas pistas indomables. La repulsión inmediata de dos egos demasiado grandes para ocupar el mismo lugar es el combustible que las alimenta.