Ruby, la chica de mis sueños

Crítica de Marina Yuszczuk - Otros Cines

Esta película ya la vi

Zoe Kazan, de ojos celestes extra grandes y una naricita respingada preciosa, debe ser la chica de sus propios sueños porque acá se da la rara circunstancia de que haya escrito una película que la tiene como protagonista y chica-de-los-sueños de Paul Dano, el joven indie por antonomasia a esta altura, de películas generalmente buenas como Pequeña Miss Sunshine, Gigantic, o Meek´s Cutoff, de Kelly Reichardt. Dano viene a ser algo así como el Michelle Williams masculino pero menos famoso por el momento, y Zoe Kazan parece estar queriendo seguir los pasos de su no del todo tocaya Zooey Deschanel, aunque hasta ahora le tocaron papeles muy secundarios (hija de Meryl Streep en Enamorándome de mi ex, por ejemplo, y si la ven seguro que la reconocen de algún lado porque tiene una cara para recordar).

En Ruby, la chica de mis sueños ella es el tipo de muñequita que ya es casi propiedad privada de Zooey Deschanel: pelo largo con flequillo bien tupido que casi tapa los ojos, polleritas de colores y cancanes en tonos fuertes, tacos, ojos completamente abiertos por el asombro, fragilidad, sinceridad que desarma y una tierna dosis de torpeza. Esta chica se llama Ruby Sparks pero no existe del todo, es el invento de Calvin Weir-Fields (Dano), escritor de novelas de éxito precoz que ya en la adolescencia se convirtió en una joven promesa de las letras norteamericanas y ahora a sus veintipico siente la presión de tener que seguir ese camino. Por un capricho similar al de Más extraño que la ficción / Stranger than Fiction (aquella película donde Will Ferrell resultaba ser un personaje de Emma Thompson, ¿se acuerdan?), Calvin sueña con Ruby, empieza a escribir la historia de los dos, y un día se despierta para encontrar que ella vive en su casa y hasta tienen una mascota.

Al miedo comprensible de Calvin (y no muy bien manejado por Dano, un poco rígido para ser cómico) de estar volviéndose loco cuando su personaje de ficción cobra vida le sigue la irritante secuencia de montaje del amor indie: ellos dos en los flippers, o revoleando los flequillos en un recital, etc., que alguna vez fue conmovedora y significó algo con respecto a una manera nueva de vivir el amor y la pareja, pero ahora es puro videoclip (no me refiero por supuesto a lo independiente como modo de producción sino como estilo ya codificado, el de películas como Submarino o 500 días con ella, donde los chicos se enamoran porque ella escucha The Smiths o porque salen juntos a tirar petardos). Ojo: la película lo sabe, y lo que va a suceder de ahí en más precisamente viene a desmontar esa idea de amor, y la alegría fácil y adolescente de Calvin al encontrar por fin a su chica perfecta. Este es un punto de madurez de Ruby, la chica de mis sueños, indudablemente, pero también es cierto que la historia resulta muy previsible y raramente se sale del cauce que arrastra todos los clichés del indie devenido género, con marcas propias y estandarizadas de estilo.

Porque pronto se entiende que estamos en presencia de un cuento moral en el que se va a usar el protagonista para exhibir los peligros de querer ejercer un control absoluto sobre la persona que amamos, y aunque acá los directores sean los mismos de Pequeña Miss Sunshine, esa película dejaba cierto espacio para la sorpresa (además de que Toni Colette, Alan Arkin y Abigail Breslin, por nombrar sólo tres, parecían reales y como actores hacían maravillas), mientras que en Ruby, la chica de mis sueños no hay absolutamente nada que uno no haya visto antes. Y lo que es peor, los personajes secundarios están espantosamente descuidados, sobre todo el psicólogo de Elliot Gould y los padres neohippies que convidan porro interpretados por Anette Benning y Antonio Banderas (la visita a la casa de ellos es la peor secuencia de la película, decididamente, y que alguien explique por favor por qué es gracioso que Banderas les regale a los chicos una silla hecha de palitos).

Si hubiera algo así como una farándula del indie, un cielo en la tierra idealizado en el que todo lo que había de supuestamente realista y humano en él se hubiera convertido en tapa de revista, en perfección un poco inverosímil, en Brangelina, la verdad es que la parejita formada por Paul Dano y Zoe Kazan estaría a la cabeza como la más top, o Zoe Kazan se pelearía a cachetazos con Zooey Deschanel para ver quién es este año la prom queen -aparte de que él no puede conmover a nadie con su supuesta crisis existencial en el departamento con piscina más cool que pueda imaginarse-. Por eso, aunque ellos hagan que la película por momentos sea muy bella, casi luminosa, se tiene la sensación de que la historia de amor adolescente y perfecto no puede más que volver a comenzar, aunque teóricamente se trataba de desmontar esa idea de perfección y teóricamente también, en el transcurso de la historia alguien aprendió algo.