Ruby, la chica de mis sueños

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

¿Hasta dónde llega el compromiso de un autor con su obra? Esta podría ser una de las preguntas que plantea Ruby, la chica de mis sueños, segunda película del dúo de directores Valerie Faris y Jonathan Dayton que hace seis años pasaron de la TV y los videoclips al cine con la grata sorpresa que fue Pequeña Miss Sunshine, una de esas gemas que suelen salir del indie norteamericano y que de tanto en tanto se convierten en éxitos de crítica (y público) y taquilla.

Sin embargo, este nuevo film se presenta como muy distinto a su ópera prima. Pequeña... se trataba de una road movie simple y directa sobre una familia muy disfuncional. Ruby, la chica de mis sueños es mucho más compleja, más grande en cuanto a sus ambiciones, y con un argumento en apariencia mucho más profundo.
Paul Dano (que cada vez se parece más a Cillian Murphy) es Calvin que fue un niño prodigio, con gran intelectualidad, y ahora es un escritor de cierto y repentino éxito, con muchos problemas tanto sentimentales como de bloqueo artístico. Su vacía vida social y amorosa parece ser lo que más lo acompleja, y es así como comienza a soñar con una mujer perfecta, un ideal de la chica de la cual él podría enamorarse. Calvin comienza a escribir alrededor de esta mujer, Ruby Sparks (Zoe Kazan, que también oficia como guionista) y al tiempo esta pasa de los sueños y las letras a materializarse en lo que podríamos llamar realidad. Obviamente el amor nace entre ambos, pero Calvin pronto comienza a encontrarle defectos (o detalles que hacen a la imperfección), por lo que va a recurrir a la escritura para ir “perfeccionándola”.
Son muchos los planteos que realiza Ruby..., por un lado habla de la labor de “los intelectuales” y “la relación” que logran con su obra (llevando esto al paroxismo de la materialización); por otro lado es una película sobre la soledad, sobre las decisiones a las que nos lleva la misma; y también habla de la idealización, de la complejidad de las relaciones amorosas que la buscan, y sobre si se puede o no cambiar al otro en esa búsqueda; todo en un marco de realidad y ficción, ensoñación.
La cuestión es el tratamiento que estos dos directores le dan a tamañas cuestiones. Desde el hilo argumental pareciéramos cruzarnos con un film de Charlie Kaufman o del Woody Allen de Zelig o La Rosa Púrpura del Cairo. Pero no, Dayton y Faris parecieran tomar otro rumbo, tomar la complejidad del asunto y con ella realizar una obra más simple, amena, hasta si se quiere ligera de lo que podríamos haber esperado.
No es que la “sencillez” del tratamiento le juegue en contra, la perjudique; pero sí podría desilusionar a los que buscaban encontrar un gran planteo filosófico o psicológico. Como aclaré al principio, la película arranca con grandes ambiciones, fuertes planteos, y termina encontrando un ámbito ameno en el que los directores de Pequeña Miss Sunshine parecen moverse mucho mejor.
Dano da el tono perfecto para su Calvin, todo el tiempo nos hace creer sus tribulaciones. En cuanto a Kazan está en cada uno creerle su perfección, pero la labor de la actriz no es para nada reprochable. A este dúo protagónico los acompañan un sólido apoyo en secundarios de Chriss Messina, Steve Coogan, Anette Bening, Antonio Banderas, y sobre todo el terapeuta encarnado por ese gran actor que es Elliot Gould.
Los rubros técnicos también son correctos manteniendo esa sensación de sueño permanente y atribulada realidad al principio.
Ruby, la chica de mis sueños es una película que fluye muy bien, logra que su hora cuarenta pasen imprevistamente, y al finalizar hay una sensación de haber visto una buena obra. ¿se esperaba más de los directores? ¿se esperaba más desarrollo de los planteos de la historia? Cada espectador irá con sus expectativas. Por el momento este es un buen exponente de la “movida independiente norteamericana”, con todo lo que eso implica de positivo y negativo.