Rosetta

Crítica de Hernán Ballotta - CineFreaks

El cine imperecedero

Tras una larga serie de intentos frustrados se estrena (¡y en fílmico!) la que probablemente sea la obra maestra de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, Rosetta, a más de una década de su paso triunfal por el festival de cine de Cannes edición 1999, dónde obtuvo la palma de oro a mejor película y mejor actriz. El retraso es insignificante, ya que a diferencia de tantas y tantas películas que pasan sin pena ni gloria por la cartelera y son rápidamente olvidadas, Rosetta es, aún hoy, cine del presente y del futuro, como dijo Cronenberg en defensa de la decisión del jurado en Cannes que él presidía. Rosetta es una película imperecedera.

Podemos decir esto porque poseemos el beneficio de la distancia temporal. Sabemos que el tiempo no suele ser misericordioso con las obras de arte, y si bien es cierto que el cine, como nos señaló André Bazin, es el único medio -junto a la fotografía- que puede apresarlo, aislarlo de su lógica destructora, lo cierto es que las películas envejecen. A pocas podríamos atribuirles la juventud eterna. Una de ellas es Mouchette de Robert Bresson, la historia de una adolescente solitaria (la Mouchette del título) de madre moribunda y familia negligente que vive en un pequeño pueblo rural. La violencia simbólica y física que es ejercida desde las instituciones (la escuela, la familia, la comunidad) sobre la muchacha despierta en ella pequeños gestos de rebeldía y la necesidad de escapar hacia ninguna parte. Y allí, enterrada hasta los tobillos en barro, caminando sin rumbo en el bosque bajo la lluvia torrencial, Mouchette se cruza con Rosetta. Las jóvenes se miran a los ojos –no se hablan, sólo abren la boca por necesidad, nunca para expresar su subjetividad- y prosiguen su camino, probablemente hacia su precario hogar, a cuidar de sus necesitadas madres (enferma la de Mouchette, alcohólica perdida la de Rosetta). No es el mismo bosque el que recorren, pero bien podría serlo: en ambas películas el bosque es el espacio de la soledad, refugio de los expulsados, último reducto de la incivilización en el mundo contemporáneo eurocéntrico.

En ese sentido, hay una correspondencia entre espacio e individuo en Rosetta. Los Dardenne, ya desde sus inicios como documentalistas, se preocuparon por retratar a aquellos que quedan afuera de la representación oficial europea, los marginados por un sistema que se considera a sí mismo el cenit de la democracia y la civilización. Para ponerlo en términos coloquiales, los barridos debajo de la alfombra. Su terreno de acción es lo comúnmente denominado “cuarto mundo”, los que no pertenecen al primero pero ocupan su lugar en él. En la proximidad de la cámara con sus personajes desclasados podemos adivinar la intención de afirmarlos, de no dejarlos desvanecerse en el olvido, de acompañarlos en la terrible soledad que supone ser aislado del intercambio simbólico cotidiano. Por eso la fuerte impronta materialista del cine de los Dardenne (y también su tristeza y soledad), que se distancia en apariencia del más estilizado universo de Bresson y sus búsquedas ideales.

Y, sin embargo, aún en su materialismo radical, Rosetta es una película espiritual. En esto sí coinciden los hermanos belgas y Bresson: hay un misterio por detrás del mundo, una verdad trascendental que no puede ser presentada sino simplemente sugerida. Por eso Mouchette y Rosetta resisten el paso del tiempo, ambas presentan un elemento que excede lo que sus despojadas imágenes presentan a simple vista. Bresson llega a él a través de la austeridad y la profusión de planos detalle, en busca de la revelación a la vuelta de la esquina. En el cine de los Dardenne aparece en la repetición ritual de ciertas acciones (en Rosetta el cambio de calzado en el bosque, otro elemento que la emparienta con Mouchette, cada vez que la joven vuelve del trabajo) y en el constante tópico de la delación, cuando Rosetta delata a su único amigo para sustituirlo en el trabajo, y la redención. En este punto los Dardenne les sacan ventaja a los otros realizadores del realismo social europeo, como Ken Loach, Mike Leigh, o, con la excepción de El empleo del tiempo, a Laurent Cantet: al limitarse a los fenómenos sociales y la explicación sociológica, jamás trascienden la realidad que retratan, volviéndose, en última instancia y a pesar de sus virtudes, banales y excesivamente atados a su tiempo. Los Dardenne en Rosetta afirman el lugar del desclasado europeo y, a la vez, sugieren una condición que trasciende el entorno inmediato, que se vuelve universal. Ellos, al igual que Bresson, pueden encontrar la verdad en la infinita tristeza de unas botas embarradas.