Rompecabezas

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

El valor de jugar y de jugarse

Nada más apropiado para el comienzo de esta película que mostrar a su protagonista –María del Carmen, una mujer que llega a los 50 años con su rol de ama de casa muy asumido– sirviendo torta, inmersa en esa especie de caos de platos sucios y botellas semivacías en el que suelen convertirse las reuniones familiares. No mucho después se la verá preocupada por la preparación de otros modestos manjares, siempre al servicio de los suyos. Cuesta recordar una película nacional que exponga de manera tan vívida la importancia de la comida en la vida cotidiana de los argentinos, así como la carga de prepararla –a tiempo y a punto–, aceptada por muchas mujeres como un sino de su misión de esposa y madre.
Desde ya, es para celebrar que la directora debutante Natalia Smirnoff (1972, Buenos Aires) haya tomado como heroína para su film a una señora humilde del Gran Buenos Aires. Otra buena noticia es que la película va esquivando a su paso todos los lugares comunes que uno teme encontrar: la relación de María del Carmen con su esposo y sus hijos es buena, no la asalta ningún intempestivo rapto de rebeldía que provoque un cambio radical en su vida, y lo que la despierta tímidamente de su aletargada rutina no es un amante joven ni la infidelidad del marido. El medio que le sirve a esta mujer para comenzar a sentirse valorada e independiente es, curiosamente, la participación en un certamen de armado de rompecabezas, para lo que revela un particular talento. Ese descubrimiento, hecho de dudas y contradicciones, es mostrado sin énfasis a través de detalles: María del Carmen comienza a animarse a ver –y a verse– diferente cuando se arriesga a llegar tarde a casa, cuando no se acobarda ante un par de odiosas contrincantes, cuando empieza a sentir el placer de la aventura.
Esa batalla interior está planteada con sutileza, y la realidad es que Rompecabezas tiene poco de alegato feminista y bastante de comedia con un humor sesgado, apenas irónico, suscitado por el apocamiento de la protagonista, por sus temores y sus vagos gestos de disconformidad, o por las reacciones de los personajes que la rodean. Resultan ponderables ese medio tono y la mirada comprensiva de Smirnoff sobre el mundo femenino, con lejanos, ocasionales puntos de contacto con las historias de María Luisa Bemberg (la escena en la que María del Carmen se entromete en el ámbito laboral del marido trae recuerdos de una de Crónica de una señora, película dirigida por Raúl de la Torre con guión de Bemberg).
Menos comprensibles parecen el abuso de la cámara en mano y el desinterés por un tratamiento formal que le haga justicia a esa valoración por lo lúdico: la música de Alejandro Franov, así como los momentos relacionados con la irrupción de la protagonista en el universo medio excéntrico de un competidor maduro, se acercan a eso (Smirnoff reconoció que podían encontrarse allí alusiones fantásticas), pero la idea del juego como herramienta de evasión o de resistencia no se plasma totalmente en imágenes. Incluso hay pocas estrictamente destinadas a mostrar rompecabezas, por lo que difícilmente el espectador perciba la fascinación que éstos producen en la protagonista. También hay debilidades en el último tramo del relato (incluyendo un plano final más decorativo que emotivo).
En tanto, es plausible la contención de los actores, afortunadamente lejos de ese costumbrismo asainetado al que nos acostumbraron el mal cine y la mala televisión (y al que las fugaces intervenciones de Henny Trailes y Mirta Wons se aproximan): hay moderación en Gabriel Goity como el marido, una exacta composición de Arturo Goetz en un rol difícil (un mundano experto en rompecabezas), y frescura en Felipe Villanueva y Julián Doregger como los hijos. María Onetto, aunque algo distante (en un registro similar al de La mujer sin cabeza), expresa las vibraciones de su mundo interior con gestos precisos y una saludable disposición a explorar su veta cómica. A ella (y a Smirnoff, como autora del guión y directora) se le deben algunas de las escenas más hermosas vistas recientemente en el cine argentino, como aquélla en la que María del Carmen se sueña importante irguiéndose como una reina egipcia, o en la que parece descubrir todo un mundo nuevo al abrir un libro mientras viaja de vuelta a su casa en el subte.