Rojo

Crítica de Guido Rusconi - Revista Meta

Se podría decir sin exagerar que las dos escenas que abren Rojo, la nueva película de Benjamín Naishtat, son lo más contundente y lo mejor logrado de la película. Sin embargo, esto no significa desmerecer el resto de la misma, sólo que la intensidad disminuye y se vuelve un film mucho más sutil en que toda violencia es tácita y sugerida.

En el centro de la historia nos encontramos con el prestigioso abogado de pueblo Claudio Morán, interpretado por Darío Grandinetti en un rol que parece haber sido escrito a su medida. Esperando a que llegue su esposa (Andrea Frigerio) a un restorán repleto de gente, Claudio empieza a discutir con un hombre de aspecto sospechoso y frágil equilibrio mental (Diego Cremonesi). Producto de esta incómoda situación, el Doctor (como todos en el pueblo le llaman) se verá preso de un dilema moral del que no saldrá nada airoso.

Una de las principales virtudes de Rojo es su ambientación. La escenografía y el vestuario nos hacen sentir dentro de esta época, lo que nos permite sumergirnos en la historia gracias al manejo de lo verosímil en cuanto a la estética.

Lo primero que vemos en pantalla es una inscripción que dice “En una provincia argentina. 1975”, lo que nos da dos pautas. En primer lugar, el hecho de no especificar con precisión en qué lugar del país sucede la historia da una sensación de universalidad, contrario al efecto de pueblo chico, infierno grande que también se hace presente a lo largo de la obra. Por otra parte, el año en que transcurre la acción nos lleva al pasado más oscuro argentino una vez más. A esta altura es difícil realizar una producción audiovisual ambientada en los años setenta en Argentina sin caer en ciertos lugares comunes e historias poco originales, ya que es un tópico que se ha tratado en demasiadas ocasiones. En lo que se destaca la película de Naishtat es que no se centra en el momento más tormentoso de la última dictadura militar, sino en los momentos previos al golpe de estado de Marzo de 1976, cuando era algo que se conversaba -con ciertos reparos- en la esfera privada. Se sabía que algo se estaba cocinando y que en cualquier momento podía suceder. Incluso se alude en varias escenas a las desapariciones, tanto en el sentido metafórico como en el más literal.

Pero Rojo no es una película sanguinaria. La violencia se ve reflejada en los diálogos y en los silencios, en la atmósfera que se vive en el pueblo, donde todos sus habitantes son conocedores de la situación que se está viviendo pero eligen mirar para otro lado, o en algunos casos aprovecharse de ello como aves carroñeras. Esta mezcla de cobardía e indiferencia es un denominador común a lo largo de las casi dos horas de extensión de la película. Se ven también ciertos chispazos de humor negro que si bien causa gracia, lo hace con cierto dejo de culpa, una incomodidad propia de saber los oscuros entresijos de la historia. Simultáneamente a la intervención federal de esta provincia desconocida, se da una visita de unos cowboys norteamericanos, en el que el trato obsecuente del gobierno se encuentra en los límites de lo ridículo. Y aunque estamos hablando de hechos sucedidos hace más de cuarenta años, el cipayismo hiperbólico que se ve plasmado fácilmente nos puede recordar a la actualidad.

Si no se conoce tanto sobre la historia de los meses previos al golpe de estado de 1976, es posible que Rojo sea un tanto elusiva, pero no por eso no se deja disfrutar plenamente. La construcción de un suspenso que nunca llega a estallar es uno de sus puntos fuertes, además de las actuaciones, en las que se destacan la ya mencionada interpretación de Grandinetti y también la de Alfredo Castro, que encarna un extraño personaje proveniente de Chile que por momentos parece la encarnación de la voz de la conciencia de Claudio, un pequeño diablo que lo atormenta y le remarca todas sus culpas y pecados. Pero por sobre todas las cosas, Rojo es una película que deja queriendo más. La escena final es abrupta. En lo que aparentemente es un suceso sin demasiada importancia, la cinta finaliza, quedando trunca y con muchas preguntas sin contestar. Para muchos espectadores este hecho podrá resultar molesto y hasta dará una sensación de insuficiencia o incompletud, pero es interesante que la exposición de los hechos no sea del todo clara, lo cual en los parámetros del cine nacional significa un avance.