Rojo

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Lograda vuelta de tuerca sobre aquellos años setenta

La década del ‘70 en la Argentina fue particularmente problemática y, año tras año, cada vez más dura y difícil. Tal es así que se ha hablado, se habla y se seguirá hablando, sobre esos tiempos no tan lejanos, que aún hoy repercuten de una u otra manera en todos nosotros.

Para revisitar ese infame período Benjamín Naishtat, que en ese entonces no había nacido aún, nos cuenta una historia muy particular en dos planos distintos, donde utiliza ese contexto del clima enrarecido que había en el país de fondo para que, desde ese lugar, pueda valerse de ciertos elementos puntuales que conviene apreciar en la sala cinematográfica, y así narrarnos una película policial con intrigas, sospechas, nerviosismo, etc., cuyo protagonista es un abogado exitoso y reconocido en el pueblo de nombre Granada, pero que nunca supuso que lo que iba a ser una cena amena y plácida con su mujer en un buen restaurant, se transformaría en la peor de las pesadillas.

El director toma como punto de partida del relato el año 1975, uno antes del golpe militar, donde se palpaba en el ambiente lo turbio que estaba el clima político, social, económico, intelectual y militar.

Con una primera secuencia inicial contundente, respetando no sólo la ambientación, los vehículos, la música, el fumar dentro de espacios públicos, jingles radiales, publicidades televisivas, y la estética de las letras, con las que están escritos los nombres de los créditos, nos lleva inmediatamente a esos tiempos, a esa atmósfera agobiante, para identificarnos rápidamente con Claudio (Darío Grandinetti), llamado por sus vecinos y conocidos como el “Doctor”, quién está casado con Susana (Andrea Frigerio) y tienen una hija adolescente, Paula (Laura Grandinetti). Ellos son una familia feliz, viven bien en una cómoda casa, pero el protagonista es soberbio y eso, aunque no se dé cuenta en un principio, le trae problemas.

En el transcurso de la narración ocurre una muerte, también negocios sucios, celos, culpa, gente que no está más, armado todo como un rompecabezas donde las piezas se van encastrando de tal modo que el espectador no pueda ir previendo nada.

Para que el ritmo sea parejo el realizador aprovecha al máximo los autos que dispone. Hay pocas caminatas en el pueblo, generalmente son tomas fijas, en ciertos sectores antiguos, para que no aparezca en cuadro alguna imagen actual, que empañe el verosímil.

Un policial que se precie de tal necesita de un detective, como Sinclair (Alfredo Castro), famoso en Chile que es contratado para investigar la muerte de un hombre. Él es molesto, inquisidor y quiere saber la verdad a toda costa. En este juego del gato y el ratón veremos quién se sale con la suya.