Rodencia y el diente de la Princesa

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Una fábula con aires del altiplano

En el importante rubro de la animación infantil, junto a la sobrevalorada “Frozen”, por un lado, y las previsibles aventuras de superhéroes encarnados en inexpresivos muñequitos que nacieron para otro destino, por el otro; es importante advertir el estreno de esta encantadora película en 3D, de procedencia argentino-peruana, ganadora del premio a la Mejor Película infantil en el Bafici 2013.

Con una trama que se corre de los bordes tradicionales de las películas infantiles, este filme desembarca en las salas del país con varios premios a cuestas y ha sido vendido a países tan distantes como Rusia o Corea del Sur, donde ha funcionado muy bien en la taquilla.

El relato está enmarcado en el cuento que un ratón abuelo les narra a sus nietos sobre un reino atemporal (Rodencia) en medio de un bosque inmenso. Cuando el niño ratón se entristece por ser pequeño, el abuelo le señala que serlo tiene sus ventajas, porque un ratoncito siempre podrá ir a lugares donde los grandes no. Casi una alegoría de este filme artesanal donde subyace la leyenda vinculada a un personaje muy popular entre los niños españoles e hispanoamericanos: el Ratoncito Pérez. De ahí que el móvil fundamental de la aventura pasa por lograr el intercambio del diente de un niño humano por una moneda de oro.

Aunque aquí, el protagonismo de los roedores es colectivo: los hay buenos y malos, ancianos y jóvenes, guerreros, nobles y campesinos. Casi todos funcionan en duplas complementarias, empezando por los pequeños Edam y Brie, una pareja de ratoncitos muy jóvenes y aprendices de mago, quienes acompañados de los dos mejores guerreros del reino de Rodencia (a su vez amenazado por un malvado hechicero) deberán cargar con la responsabilidad de concretar el canje del oro por un diente, lo que les permitirá conjurar el peligro que acecha a su reino.
Una fábula con aires del altiplano

Integrando culturas

La película es visualmente muy agradable, una especie de versión a lo Tolkien de la historia del Ratón Pérez. La mayor parte de la trama no transcurre en castillos medievales sino en inconmensurables paisajes andinos, sustentados en una banda sonora que incorpora charangos y quenas, en una fusión que refleja su pertenencia latinoamericana. No sólo es muy destacable el tratamiento de los colores y el diseño de los personajes, sino la concepción de los fondos, que evocan al altiplano tanto en los ambientes como en el vestuario: Edam, el pequeño héroe siempre lleva chullo, el simpático gorro de lana con orejeras, típico de los habitantes de la región andina. El resto es herencia universal de los cuentos de hadas y leyendas.

No por infantil la aventura resigna cierta tensión dramática que se mantiene a lo largo de toda la película. Es por un lado una historia épica, que involucra a los chicos sin tener un chiste forzado cada tres minutos pero sin descartar toques de humor, como sus simpáticos ratones con nombres de quesos que se complementan entre sí: Edam-Brie, Roquefort-Gruyere, Muza y Provolone, estos últimos inconfundiblemente argentinos.

Resulta interesante que la película evita caer en un maniqueísmo reduccionista y deja claro que el mundo de los humanos es como el de los ratones: hay héroes y malvados en todos lados.

También, en medio de las batallas y hechizos, como en toda fábula se deslizan abundantes enseñanzas, desde las inesperadas ventajas de lo pequeño, hasta la conciencia de que el éxito depende de la confianza en los propios dones y la determinación de persistir en el esfuerzo.