Rocketman

Crítica de Jose Luis De Lorenzo - A Sala Llena

El músico (Taron Egerton) entra a un pasillo con atuendo de demonio. Su postura es de superhéroe, como si estuviese a punto de enfrentar a un villano, en dirección al que pareciera ser el escenario de uno de sus shows. El destino, en cambio, es una clínica donde lo espera un grupo de autoayuda para individuos con problemas de adicción, lugar que da pie para marcar la columna vertebral y la estructura del film.

A partir de estos encuentros, Elton irá realizando un racconto alternando tiempos, en cierta manera un exorcismo, el sacar afuera ese diablo del disfraz y así desarrollar facetas de su infancia, el rise and fall, sus miedos y una temible frase materna que se repite una y otra vez, recorriendo y dando sentido a todo el film: “(por ser homosexual) nadie te amará realmente”.

Si bien puede inscribirse en el género musical, Rocketman cuenta con todos los elementos (imagino, intencionales) para que luego de su estreno comercial en salas pueda convertirse en un musical de Broadway. Para ello, la incorporación de escenografías móviles, extras por doquier, cambios de vestuario y climas repentinos va también amalgamando el recorrido de su vida a través de sus temas más conocidos. Entre ellos Your Song, Don’t Go Breaking My Heart (junto a Kiki Dee) o la filmación del videoclip original de I’m Still Standing en la Croisette donde transcurre el Festival de Cannes, algo que podría haberse aprovechado como excusa para abrir el festival.

Rocketman hace hincapié en dos relaciones puntuales de Elton: laboral con Bernie Taupin (Jamie Bell), el escritor de las canciones con que Elton comenzó su carrera y quien lo acompañó en una amistad entrañable a lo largo de varias décadas; y sentimental con su manager, John Reid (Richard Madden).

El film presenta varios puntos en común con Bohemian Rhapsody, film del que Dexter Flechter tuvo que hacerse cargo repentinamente tras la desvinculación de Bryan Singer. Puntos en los que muchos otros biopics sobre estrellas musicales se ven atrapados con frecuencia. Rocketman en cierta manera intenta eludir estas similitudes y es su aporte coreográfico-musical el que define esa otra manera de poder contar una historia y en el que se luce con generosidad Egerton. Su espacio no se ve limitado a “imitar a” sino que traspasa esa barrera; su timing es perfecto en los distintos registros que debe lograr, el de ser un showman y un músico en escena, involucrando el arco payasesco y hasta el dramático.