Rocketman

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Melancolía al piano

A diferencia de Bohemian Rhapsody (2018), la película sobre Queen y Freddie Mercury, en esencia una biopic tradicional que utilizaba la voz original del mítico cantante y reservaba para los pasajes en vivo o en estudio las canciones en sí, Rocketman (2019), el repaso por la carrera del gran Elton John, es un musical estándar a lo Hollywood repleto de segmentos abstractos/ surrealistas destinados a explorar episodios del devenir del artista, sus estados de ánimo y el catálogo de sus frustraciones, aunque con la enorme salvedad de que son los propios actores los que entonan los temas con todo lo que ello implica, léase la posibilidad de defraudar a los fans históricos del señor de la mano de la triste ausencia del ingrediente fundamental de la experiencia en su conjunto, la voz de una de las figuras emblemáticas del genial glam inglés de David Bowie, T. Rex, Roxy Music y los mismos Queen, entre otros.

Como era de esperar, la trama se centra en la génesis de John, nacido bajo el nombre de Reginald Dwight (Matthew Illesley lo interpreta en la niñez y Taron Egerton como adulto), y en ese subibaja emocional que atravesó a lo largo de su vida privada y su trayectoria profesional; dimensiones caracterizadas por arrebatos depresivos, adicción a las drogas, malas decisiones en cuanto a sus compañeros de cama, algunos intentos de suicidio, unas cuantas insatisfacciones por el mismo sustrato caníbal de la fama, y principalmente la idea de no sentirse querido ni por su adusto y frío padre, Stanley (Steven Mackintosh), ni por su rígida y bastante hipócrita madre, Sheila (Bryce Dallas Howard). Por supuesto que también está muy presente la amistad que lo une desde fines de la década del 60 con Bernie Taupin (Jamie Bell), el letrista y socio de siempre del artista en su camino hacia la consagración.

El desempeño detrás de cámaras de Dexter Fletcher, aquel que reemplazó a Bryan Singer en -precisamente- Bohemian Rhapsody, es relativamente correcto y si bien ninguna de las secuencias musicales es en verdad memorable, por lo menos la realización es prolija y cumple a nivel general con su objetivo de ofrecer un resumen sucinto de las idas y vueltas del querido Elton y su impronta melancólica y tímida al extremo, suerte de contracara de su faceta rimbombante arriba del escenario en consonancia con ese personaje que creó para armarse de valor y dar rienda suelta a su creatividad todo terreno (justo como ocurría con Mercury, las aventuras de John no se apartan del periplo paradigmático del pop y el rock y esto pesa mucho al momento de construir una historia de cadencia cinematográfica debido a que el adalid es una persona introspectiva sin el carácter bien demencial de otros colegas).

Si pensamos en el repertorio empleado, gran parte de las canciones obedecen al período de oro inicial y esto también puede no caerle del todo simpático a los admiradores que el señor se ganó luego de aquellos gloriosos 70, ya que hay muy poca representación de hitazos posteriores y gemas por descubrir o redescubrir. Egerton no pasa vergüenza cantando la andanada de himnos de turno sin embargo no tiene nada que hacer con el Elton original, algo que también se extiende al resto de los intérpretes ocasionales según el capricho símil “melodrama pomposo” del equipo responsable de la faena. Más allá de estas licencias, las cuales incluyen además el apelar al antiguo truco -siempre verídico- del manager villano, definitivamente el mayor éxito de Rocketman se ubica a escala conceptual: el opus de Fletcher redondea un retrato complejo y sufrido del hombre real y su majestuoso piano…