RoboCop

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

El gol de la remake

La nueva versión del filme de Paul Verhoeven realzó el aspecto humano del cyborg, ahora negro, en su lucha contra el crimen.

La mayoría de las remakes 2013 dejaron sabor a poco en el paladar del espectador. El terror y la acción fueron vívidos ejemplo de ello. Por ende, las esperanzas puestas en RoboCop no eran muchas.

Al retrotraerse hacia el cyborg policial de Paul Verhoeven (1987) y avanzar en el tiempo, vimos cómo las secuelas del filme (1990 y 1993) oxidó al héroe de acero. Por ende, se acertó en sacarle lustre a la primera versión, a la génesis del agente de Detroit, Alex Murphy.

El director brasileño José Padilha puso en marcha con Tropa de Elite su implacable mirada hacia la política conjugada con los grupos armados. Y en RoboCop no le tembló el pulso, por más encorsetado que estuvo frente al guión.

El realizador carioca dio muestra de cómo entrelazar la tensión fílmica entre un gobierno de turno, la voracidad empresarial -la inefable OmniCorp encabezada por Raymond Sellars, a cargo de un gesticulador Michael Keaton- y la difusión, de la mano de Samuel Jackson, con el ampuloso mesías televisivo Pat Novak. Todo esto, encadenado con los últimos adelantos científicos de la robótica. Difícil.

Queda claro que el actor Joel Kinnaman no tiene el carisma de Peter Weller, pero da en el blanco con el foco del filme: el emotivo componente humano que nutre (¿y domina?) a la máquina.

La lucha de sentimientos endulza las armas de última generación. No por nada este Murphy conserva una mano humana y otra artificial, a diferencia del original con extremidades de acero. Sus pensamientos post atentado (una detonación vehicular) lo vinculan con su fibra sensible. Puede soñar con una canción de Frank Sinatra, llorar por los suyos y, a su vez, procesar una inigualable base de datos de criminales. Calor y frío.

La anatomía del justiciero también genera empatía: gran decisión la de “descarcasar” al héroe, dejando ver, por momentos, sus pulmones, corazón, cara y cerebro, que parece flotar dentro de una estructura última generación.

Más allá de lo orgánico, RoboCop es una película panfletaria donde las leyes por estar a favor o en contra de la robotización de las fuerzas policiales pendulan los ánimos de la opinión pública.

Las traiciones y connivencia empresarial-gobierno serán más de lo mismo, no se verá sangre y la construcción del relato se nutre en la relación creador-máquina con el doctor Norton (Gary Oldman, lo mejor) y su Frankenstein anti-delito. Ventaja para la remake.