RoboCop

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Humano, después de todo.

Considerando la avalancha de negatividad dirigida en su dirección, tiene sentido que el director José Padilha ni siquiera espere al león de MGM para tratar de dejar su marca. Sí, el felino abre la boca, pero lo que se escucha no es el icónico rugido del estudio, sino que se trata de las gárgaras de Pat Novak (Samuel L. Jackson), quien se prepara para soltar su infierno demagógico. Su programa, The Novak Element (imaginen una versión futurística del barullo que sale en Fox News), va a abrir y cerrar esta historia ya conocida: RoboCop (2014).

Pasaron 27 años, pero la historia es parecida. En su clásico ochentoso, el neerlandés Paul Verhoeven usó su debut en las grandes ligas de Hollywood para transformar lo que parecía otra premisa de estilo sobre sustancia en una sátira de la violenta privatización mundial patentada por Ronald Reagan, usando el baño de sangre y fuego como remate a un perverso y brillante chiste. Hoy, tras el olvido generado por la inmensa cantidad de merchandising en contra de su mensaje básico, es el turno de otro extranjero para tomar la batuta con el relato del cyborg. No es difícil entender por qué eligieron al brasileño Padilha: sus filmografía, sea el documental Bus 174 o los dos thrillers de acción de Tropa de Élite, pintaba en sus favelas disparadoras de corrupción el tipo de imagen, quizás el discutible estereotipo latinoamericano, que buscaban los productores estadounidenses para su mirada de la (aún más) decaída Detroit del futuro.

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Sin embargo, el impulso de la elección es detenido por la más básica contradicción de la meca estelar. La sensación se nota desde el punto de partida del film, que inicia con un prometedor reporte de The Novak Element explicando el mundo de Padilha y el guionista Joshua Zetumer. De Teherán a Buenos Aires, casi todo el mundo está asegurado por los drones de la empresa robótica OmniCorp. Y por “asegurado”, uno quiere decir que es una pesadilla distópica de control total, donde los otrora no comerciales ED-209 marchan por las calles para inspeccionar y atacar a toda la población. Mientras Jackson (de nuevo, levantando lo más posible sus decibeles y pupilas) canta sus alabanzas al sponsor con las imágenes de su ataque a terroristas, un chico que por alguna razón decide llevar un cuchillo frente a las bestias de metal es acribillado.

El polvo y las cámaras esconden la masacre, pero lo que aparenta ser un fuerte mensaje de manipulación mediática y la inhumanidad del daño colateral en realidad termina pareciendo un cobarde recurso fácil para parecer profundo y no arriesgar la audiencia juvenil. En su manía por esconder, la seguridad sacó el elemento fundamental del film de Verhoeven: la crítica. “Estados Unidos es una potencia aplastadora” no es una primicia, ni aunque lo repitas desde un pedestal.

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Pero al menos eso concuerda con uno de los temas centrales del film, como vemos cuando OmniCorp trata de resolver su mayor predicamento. Verán, en este futuro indeterminado, Estados Unidos es la única nación del mundo que no tiene máquinas patrullando las ciudades, debido a la inseguridad del público con la idea de un robot sin sentimientos a cargo de la justicia. Entre el brainstorming del CEO Raymond Sellards (Michael Keaton, mezclando a Bill Gates con su Bruce Wayne) para apelar al lobby, sale la idea de meter a un hombre en la máquina. Y ahí es donde entra en escena Alex Murphy (Joel Kinnaman), un policía honesto que persigue un caso de corrupción, quedando víctima de un feroz atentado. Incinerado totalmente y sin alternativa, el padre de familia es el candidato perfecto para los planes de la compañía.

Centrando la mayor parte del film en la historia de la construcción del híbrido, el film se tira al costado humanista y decide preguntar en que punto inicia el hombre y acaba la máquina. En las escenas donde Murphy se tiene que enfrentar a su nueva naturaleza (sea ver sus pocos restos vitales en toda su luz, o dejar que su familia no lo reconozca fuera de la piel), Kinnaman muestra su valor, dando un verdadero rostro a su dilema y justificando el giro al respecto de la anterior producción: en el ‘87, el organismo se dirigía a lo humano, en 2014, se arriesga al virtualismo. De todas maneras, aunque el actor sueco exprime más su rol que Peter Weller (quien, enfrentemoslo, era más bien indicado para la monotoneidad de RoboCop) y consigue buenas interacciones con su éticamente confundido doctor (interpretado por el gran Gary Oldman), el núcleo del film se queda corto. Miremos lo que pasa con la otra supuesta subtrama personal, que es la de su esposa (una desperdiciada Abbie Cornish), cuyo arco se limita a llorar, arrastrar a su hijo (otra estatua de consternación) y ser un objeto de afecto en lugar de un sujeto con vida.

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Esa falta de compromiso es algo que se traslada a los temas generales del film, que se martillan una y otra vez pero no se arriesgan a ningún costado fuera de lo obvio; una lástima, porque por cada escena ingeniosa, como las discusiones en las oficinas de OmniCorp sobre como cambiar la opinión pública o los dilemas de Murphy con su rol como monstruo de Frankenstein patentado, hay otros dos pasajes que amenazan con tirar todo atrás, sean referencias al film original (¿cuándo aprenderán que eso casi siempre es una firma involuntaria a la sentencia de muerte para los que reconozcan los guiños?), cansados clichés policíacos (el film no está tan interesado con el “Cop” en RoboCop) o su giro del tercer acto, donde todos los mensajes y personajes se van a la borda para rellenar el desenlace con los obligatorios tiroteos y explosiones que no abundaron antes.

Lo curioso (aparte de como, excepto por un inventivo tiroteo en la oscuridad, la escasa acción no sorprende demasiado) es que la película no requiere tanto de ese último elemento. Claro, es la premisa, pero uno puede ver a Padilha queriendo alejarse e irse al costado ideológico, biológico, así como se puede ver al estudio arrastrándolo al seguro terreno del conformismo referencial y comercial (ni siquiera el look del Detroit normal del mañana llama mucho la atención, aparte de un par de botones). Así y todo, el RoboCop 2.0 queda en un punto medio, que a esta altura puede parecer un logro si uno lo compara con las recientes reversiones fallidas (ejem, El Vengador del Futuro), pero que a la vez lo destina al seguro olvido.

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Varias veces, un personaje se refiere al reconfigurado Murphy como un “Hombre de Hojalata”, e incluso le pasa un tema de la banda sonora de El Mago de Oz. Uno podría describir así al film, del cual pensamos que pasaría “si tan sólo tuviera un corazón…” y algo de sangre en sus venas.