RoboCop

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Un policía a la izquierda

Una ley propuesta por el senador Dreyfuss impide que la empresa OmniCorp, contratista de armamentos que vende robots militares para el control de países como Irán, puede usar sus máquinas en el mercado más lucrativo que se le presenta: la seguridad callejera dentro de las fronteras estadounidenses. Pero como la gente no confía mucho en esas máquinas, la ley no se puede voltear con el lobby, así que hay que golpear con otra cosa: un policía robótico pero con parte humana, que al menos parezca tener sentimientos y valoración de la vida.

La compañía, liderada por Raymond Sellars (con su onda de empresario piola a lo Steve Jobs) sale a buscar algún ex policía lisiado para que el doctor Dennett Norton, especialista en prostética robotizada financiado por OmniCorp, lo convierta en el hombre dentro de la máquina. Y justo coincide con el intento de asesinato de Alex James Murphy a manos de una red de tráfico de armas con complicidad dentro de la fuerza.

Ahí comenzarán los conflictos: el de Murphy con su nueva condición (al contrario del filme original, él nunca perdió su memoria, y sabe que tiene mujer e hijo); el de Norton, presionado por Sellars, para domeñar los impulsos humanos en el cyborg; el de la empresa, con Novak como propagandista, para lograr que con RoboCop como héroe cambie la legislación. En la era de la información, Murphy recibe una carga de datos con prontuarios, videos de crímenes y acceso en directo a cámaras de seguridad. Esa capacidad para reunir datos le permite resolver su propio (casi) homicidio, recuperar su humanidad en el medio, y subir la escala de corrupción hasta niveles inconvenientes. Sus “creadores” empiezan a darse cuenta de lo inconveniente para el sistema de combinar una persona con valores con la incorruptibilidad de la máquina, y ahí el justiciero mecanizado se volverá casi subversivo. No contaremos más, pero el final deja abierta puertas, y que la canción de créditos sea “I fought the law” (“Yo combatí la ley”) de The Clash es toda una declaración de principios.

Puesta a punto

Si el original de Paul Verhoeven arrancaba con un noticiero (en “RoboCop”, en “Tropas del Espacio” y “El Vengador del Futuro” los noticieros y las publicidades eran recurrentes), la relectura comienza en el estudio de “The Novak Element” (¿chiste con “The O'Reilly Factor”?), conducido por Pat Novak, prototipo del periodista de Fox News (o de republicanos como Rush Limbaugh) pero potenciado: obsecuente con el empresario privado, irrespetuoso con el político que traba un negocio, manipulador de la opinión pública a un nivel emocional.

El brasileño José Padilha es una de las nuevas incorporaciones internacionales de Hollywood, convocado seguramente por su lectura del accionar policial en las dos entregas de “Tropa de Elite”. Así, pone al servicio de la historia una cámara movediza, con muchos primeros planos y la fotografía cálida de Lula Carvalho, quien hizo lo propio en aquellos filmes policiales.

Es interesante que sea un latinoamericano el que haya rodado el guión del debutante Joshua Zetumer. Porque el filme hace una crítica fuerte de los males combinados de nuestro tiempo: cuando la empresa privada logra (porque siempre trata) ponerse por sobre el Estado; cuando la empresa (armamentista) pacta con el Estado (estadounidense) ejercer el militarismo unilateral por el mundo; y los medios corporativos (empresas privadas también) explicándole a las masas que todo lo antedicho es lo mejor que le puede pasar.

Por supuesto, el diseño de producción de Martin Whist está a la altura de las circunstancias, tecnológico pero sin exageraciones (como debería ser un futuro cercano). La música de Pedro Bromfman (otro viejo colaborador de Padilha) aporta tensión y refuerza los momentos justos sin invadir.

Póquer de villanos

En cuanto al elenco, si Joel Kinnaman está correcto como Murphy en sus momentos de humanidad, serán los empresariales los que más se luzcan. Empezando con Michael Keaton (Sellars, más capitalista con onda que villano de cómic); Samuel L. Jackson (Novak, manipulador entrador y descarado); Gary Oldman (como Norton, una vez más lo eligen como el actor ideal para encarnar a un tipo con principios), Jackie Earle Haley (como Rick Mattox, el mercenario de la empresa, un papel que debe haber disfrutado mucho); Jennifer Ehle (asistente de Sellars, tan livianamente inmoral como él) y Jay Baruchel (jefe de marketing). Abbie Cornish como Clara, la esposa del agente metalizado, tiene sus momentos emotivos.

Parece que habrá más RoboCop en el futuro. Y quizás no esté tan mal, en los tiempos que corren, que haya un pie mecánico pateando algunos traseros corporativos.