Robin Hood

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Con el carisma de los justicieros

“1492”, “El reino de los cielos” y “Gladiador” bastan sobradamente para justificar la pericia en películas épicas del versátil director Ridley Scott, que ahora vuelve su mirada al personaje de Robin Hood, pero antes de convertirse en el célebre bandido justiciero y héroe popular de los bosques de Sherwood.

Lejos del estilizado perfil físico de Errol Flynn y más cerca del musculoso general de “Gladiador”, encontramos al arquero más diestro en el ejército del rey Ricardo Corazón de León en su momento de regreso de las Cruzadas por los ricos países de Oriente. Con un ejército empobrecido y con una vuelta que no resulta tan fácil, ya que los franceses del rey Felipe de Anjou aspiraban a la debilitada corona inglesa.

La toma de un castillo medieval es una de las secuencias iniciales que ya justifica el visionado y sirve para presentarnos a los protagonistas: un Robin valiente y leal, pero también pendenciero y con deseos de libertad, antes que de permanecer en la rígida disciplina de los ejércitos. Sin embargo, las circunstancias lo conducen a tomar la identidad de un noble inglés y regresar la corona del rey a sus herederos. Esta sustitución de identidad es uno de los cambios fuertes del guión: Robin no tiene títulos de nobleza, pero los encontrará casualmente, tanto como a su futura esposa Marion.

Más historia y menos leyenda

El arbitrario reinado de Juan Sin Tierra (el odiado sucesor) hereda las deudas de las aventuras bélicas de su hermano y, además, está en la mira del rey francés que aspira a destronar con ayuda de felones enquistados en el corazón de la corte.

Una frase que inicia la película advierte que, “cuando la injusticia oprime, el forajido encuentra su lugar en la historia”. En ese contexto, el rol de bandido justiciero aguarda a Robin y a sus hombres cuando regresan de la guerra: nunca tan patente la presencia del hambre y la codicia, como en esta versión que resalta la avaricia de los poderosos (como la actitud mezquina del rey, que guarda para sí el anillo con el que debería premiar a un fiel servidor).

El intento deliberadamente desmitificador no logra despojar totalmente al personaje de su carisma. Robin es “valiente, honesto e inocente” como el mismo rey lo admite, aunque lo manda al cepo. Es cierto que con la tendencia a humanizar héroes o mejor, de acercarlos a la historia antes que a la leyenda, se pierde algo de magia, pero este Robin más rollizo, sin la pluma ni la malla verde de Errol Flyn, entretiene alternando los flechazos con la espada, la caballería y alguna que otra observación práctica.

Es interesante el perfil dado al personaje de la Blanchett como una lady Marion, alejada de la fragilidad de otras versiones. De origen noble (ella sí) pero sin hacerle asco a las tareas más rudas del campo y hasta llega a calzarse la pesada armadura para pelear contra los franceses. Aunque este realismo no concuerde con la elección de la fragilidad corporal de la actriz, quien a pesar de haber interpretado a la reina Isabel I en las dos entregas de “Elizabeth”, no reúne el vigor físico que necesitaría una mujer para tan fatigosos roles que exigirían un cuerpo de pesada amazona. Todo se compensa con el espectáculo visual que ofrece la reconstrucción de edificaciones medievales que superan las artificiales construcciones de cartón-piedra vistas en versiones anteriores. Y también el vestuario, las armaduras y demás detalles de época están cuidadísimos. La música, compuesta por Marc Streitenfeld, tiene protagonismo pero no entusiasma como para recordarse. Sin llegar a ser “la película del año”, este Robin Hood sobrevivirá entre las mejores revisiones del mítico personaje y, sobre todo, por ser un pasatiempo con todas las de la ley.