Robin Hood

Crítica de Fernando López - La Nación

Antes de convertirse en leyenda

Robin Hood, de Ridley Scott, es casi una precuela de la historia del justiciero

He aquí un Robin de antes de ser leyenda; uno que, al menos todavía, no se interesa por las desgracias de los pobres ni anda con otra preocupación que ser leal a su rey, Ricardo Corazón de León, a quien ha servido como arquero -y de los más destacados- durante la Tercera Cruzada; uno que ni siquiera se ha ganado el famoso apodo porque anda con la cabeza descubierta (aunque lleva el torso protegido por la cota de malla) y no ha vestido jamás una calza verde. Uno que tiene oportunidad de mostrar su pasta de héroe en las más crueles batallas del Medioevo, pero parece lejos del justiciero romántico que roba a los ricos para dar a los pobres. En fin, que Robin Hood se ha ganado una precuela, con perdón de la Academia.

Brian Helgeland concibió una historia novelesca para hacer revisionismo con el príncipe de los ladrones y Ridley Scott la llevó al terreno que mejor domina: el del gran espectáculo a la manera de Gladiador . Lo que resultó de la propuesta es menos un nuevo enfoque sobre el popular personaje que otra película épica con el presuntamente futuro Robin Hood en medio de la acción. Y con algunos, sólo algunos, de los personajes que tradicionalmente lo rodean, en especial una Marian bravía y tempranamente feminista con el temple y el encanto de Cate Blanchett.

Entre asaltos a castillos, sangrientas emboscadas, lluvias de flechas, feroces enfrentamientos cuerpo a cuerpo e intrigas palaciegas, Robin vuelve del Oriente con una doble misión, llevar la corona del rey Ricardo, muerto en combate, y entregar la espada que un noble moribundo le confió. Las circunstancias lo llevan a adoptar una falsa identidad -lo que incluye también un falso padre y una falsa esposa- y después a cumplir su parte para frustrar los planes del rey francés, que promueve la división de los británicos con el fin de apoderarse del reino.

La rebelión de los barones contra los impuestos abusivos y los orígenes de lo que sería la Magna Carta son otros hechos históricos que el guión integra en el relato sin poner en la tarea demasiado rigor. Lo que importa es que las espectaculares imágenes de Scott atrapen la atención, que Russell Crowe imponga su energía y su carisma, y que la historia entretenga, lo que se logra, más allá de alguna sobredosis de batallas. Los villanos del caso son un insidioso espía bilingüe (Mark Strong) y, claro, el rey Juan. No hay noticias de Guy de Gisborne y el pobre sheriff de Nottingham pasa inadvertido.