Robin Hood

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

Mi nombre es Robin de Locksley 

Con voz en off se nos explica que la historia que estamos por ver comienza con un robo, pero el famoso protagonista no es su autor sino su víctima. La joven que pretende llevarse un caballo de sus establos es descubierta pero lejos de entregarla para ser castigada comienzan una apasionada relación romántica. La felicidad expresada con clásico montaje empalagoso que se ve interrumpida por la llegada de un mensajero con órdenes del Sheriff de Nottingham reclutando a Robin para combatir en las Cruzadas.

Varios años más tarde, el malcriado noble ya es un endurecido soldado que combate junto a su escuadrón en las calles de Arabia contra los moros, cada uno portando su arco como si fueran rifles de asalto. Un incidente con que lo enemista con su superior lo pone en un barco de regreso a Inglaterra, donde descubre que fue dado por muerto hace tiempo, sus propiedades confiscadas y a su amada con su vida rehecha. Buscando venganza contra el hombre que causó todas sus penurias acepta ser entrenado por el moro que casi lo mata en las cruzadas, quien a su vez tiene la misión de terminar la guerra cortando su financiación en el origen.

Y le has fallado a este condado 

Lo que esta trama tiene de repetido también lo tiene de endeble, pidiendo a gritos que nadie se ponga a analizarla un poco en serio. Intencionadamente anacrónica para atarla un poco más a estas épocas, emparenta las cruzadas medievales con las contemporáneas con un trazo bien grueso y subrayado, por las dudas de que alguien no lo entendiera. Este Robin Hood es aún un noble que no tiene motivos para pretender cambios sociales o preocuparse por los plebeyos de la región, su motivación es la venganza personal y si en algún momento eso cambia, no tiene una justificación real para suceder más que no cortar el flujo de la acción. Es claramente una versión mucho más urbana del clásico héroe que no pisa su tradicional bosque de Sherwood en toda la película, en cambio entrena y ejecuta sus robos siempre en interiores o en las calles de la ciudad, oculto a simple vista llevando una doble vida que como otros justicieros enmascarados, parece imposible que nadie lo descubra.

Una vez que quedó claro que hay que hacer la vista gorda a todo análisis, Robin Hood es una clásica película de aventuras con un antihéroe de manual que va encontrando su camino y redefiniendo sus prioridades hacia metas más altruistas que las originales. Esa parte no lo hace mal, cuidando que siempre sus protagonistas se vean lindos y cancheros por más que eso incluya líneas de diálogo que harán rechinar a unas cuantas dentaduras ya sea por obvias o gastadas. El único personaje con algo de tridimensionalidad es el Sheriff de Nottingham, que por más que sea un tirano de manual cuenta alguna de las razones que lo llevaron hasta ese lugar de villano y sus acciones son las que más tienen sentido.

Esta nueva versión de Robin Hood se tambalea entre ser una parodia y tomarse demasiado en serio, pero en general se mantiene en un punto intermedio sin ser comedia ni pretender ser realista o reconstruir una época, con todos los puntos obligados de una historia de origen que espera poder hacer alguna secuela.