Robin Hood

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

RECONFIGURAR LA LEYENDA

Como en numerosas historias fantásticas, todo comienza con un libro de tapa dura. En este caso, con lomo de cuero, unas letras rojas que resaltan el título y un interior plagado de viñetas con estilo pop art cuidado en tonos rojos, blancos y negros, mientras la voz en off del fraile Tuck, por un lado, asegura que no recuerda el año en el que transcurre el relato y tampoco quiere aburrir a los espectadores; por otro, advierte que la leyenda del hombre que roba a los ricos para darle a los pobres no sucedió tal como fue difundida durante siglos e, incluso, pide a la audiencia que se olvide de lo que cree saber para adentrarse en esta inédita mirada de la transformación de lord a ladrón.

Este breve prólogo pone de manifiesto dos cuestiones: una tiene que ver con el cambio de tono narrativo que asemeja al protagonista con un superhéroe. Otto Bathrst muestra a un joven adinerado que no desea nada porque lo tiene todo–aspecto que se subraya varias veces– hasta que se topa con Marian, se enamoran y le notifican que debe reclutarse para Las Cruzadas. Cuatro años después, regresa a su mansión confiscada, sin bienes ni novia –hasta lo dan por muerto– y es elegido por John para hacer justicia. La capucha no sólo forma parte del disfraz, sino que se transforma en el emblema mediante el cual el pueblo lo toma como líder y se amalgama con él. Del bando contrario, el sheriff de Nottinham figura como el villano principal, quien detesta a las dos fuerzas que lo mantienen en el poder como la iglesia y los nobles, éstos últimos bastante desdibujados al igual que Guy de Gisbourne, uno de los jefes ingleses del ejército. Por el contrario, se retrata con más detalles la ambición, la codicia y el absolutismo eclesiástico en los diferentes estamentos. La escena clave es aquella en la que Pembroke y varios adinerados escatiman en la limosna durante la misa – considerada el motor económico para Las Cruzadas – mientras el recién llegado Robin de Locksley dona una importante suma ante la mirada codiciosa de los demás.

El otro aspecto engloba lo antes mencionado e, incluso, lo potencia ya que rige el nivel enunciativo de Robin Hood. La presentación busca evidenciar cierta novedad en la lectura de la leyenda así como también respecto al tratamiento discursivo y estilístico. El libro abierto y el narrador funcionan como dos figuras legitimadoras tanto del relato oral como escrito y al cuestionar las versiones anteriores, las despojan en cierta medida de dicha certificación y, por lo tanto, avalan una reconfiguración del mismo. Entonces, desaparecen las posibles incongruencias sobre los anacronismos, la puesta en escena, los enfrentamientos, el vestaurio y el tono ya que las mismas están habilitadas por los elementos del comienzo. El director apuesta por una mixtura temporal entre moderna y futurista para disponer a los plebeyos exiliados del reino en las minas, para confeccionar la ropa – algunos sobretodos de cuero largos rememoran a Matrix, no hay medias largas ni los zapatos característicos–, para exhibir el entrenamiento con arco y flecha con John, para mostrar a una de las mujeres que apoya al encapuchado con un piercing en la nariz y hasta aparece un guiño a El Zorro cuando el protagonista es perseguido en las minas, se produce una explosión y se lo ve sobre el caballo que levanta las patas delanteras. De hecho, la escena de la fiesta de máscaras posee similitudes con el baile en Romeo + Julieta de Baz Luhrmann desde la estética, la puesta en escena y la temática expuesta.

Más allá de esto, la película rompe con el pacto de verosimilitud en numerosas escenas, sobre todo, aquellas de combate. El forajido es herido de gravedad – o hasta de muerte – en numerosas ocasiones y continúa luchando como si nada hubiera ocurrido, ni siquiera se vuleve a hacer hincapié sobre ello. Por ejemplo, él debería presentar dificultades para caminar en la fiesta pero no se percibe, lo mismo en una de las escenas finales. También resulta extraño que nadie reconozca a John como su aliado puesto que se muestran juntos en varias oportunidades frente al pueblo y a las autoridades. Por otro lado, los personajes del sheriff, Will y hasta el fraile quedan bastante desdibujados como el ya antes mencionado Guy de Gisbourne.

“Si no eres tú, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?”, insta Marian a Robin, aunque los cuestionamientos también pueden hacer referencia al director y a su búsqueda personal sobre un clásico con la incorporación de elementos actuales, mixturas, guiños y resignificaciones del relato. Porque, en ocasiones, hace falta olvidarse de todo para empezar de nuevo y, a veces, no tanto.

Por Brenda Caletti
@117Brenn