R.I.P.D. Policía del más allá

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Veo gente muerta

Cosa de historieta. En R.I.P.D. Policía del más allá dos difuntos pecadores se salvan de someterse a juicio y ser condenado al infierno a cambio de integrar una misteriosa fuerza: el Departamento de Policías de Quienes Descansan en Paz. Si suena ambicioso el nombre de la unidad no imaginen al enemigo: los “muertidos”, almas en pena que se camuflan entre las personas y pueden tomar formas horripilantes. Un soplón tendrá una boca enorme y otros despellejarán sus ropas al mejor estilo Hulk, de lo más colorido de esta película que representa la estética comiquera de la editorial Dark Horse, firma que publicó la historieta que da nombre al filme.

Aquí al argumento no se le encontró la vuelta adecuada y más teniendo en cuenta que posee una estructura similar a Hombres de negro, pero con la diferencia que el Agente K (Kevin Brown por Tommy Lee Jones) y el Agente J (James Edwards III por Will Smith) eran la antítesis, aunque se destacaban actoralmente en conjunto. En esta película jamás sabremos si el actor Ryan Reynolds (en la piel de Nick) está feliz o triste, es muy opaco lo del canadiense en comparación con la correcta actuación de Jeff Bridges -Roy-, un alguacil del Lejano Oeste quien se “come” la película. El malvado en cuestión es Kevin Bacon (como Hayes, símil Sebastian Caine de El hombre sin sombra) quien busca que los habitantes del inframundo dominen la Tierra.

Lo peculiar es que cuando la pareja protagonista baja a la Tierra para combatir a los seres (a la caza de piezas de oro), sus apariencias no son las mismas a las de su anterior vida: Nick es un anciano oriental (el inefable James Hong) cuya “arma” es una banana (sí, leyeron bien) y el recio de Roy es… la modelo Marisa Miller, quien no dice una sola palabra, su escultural cuerpo habla por sí solo. Los momentos donde se ve a los “dobles”, son los escasos lapsos entretenidos del filme, como si fuese necesario “disfrazar” a los actores para tener éxito.

Vale posarse en las escenas en donde todo se detiene, como si fuese una maqueta. Allí es cuando el 3D se pone bonachón para darle un poco de profundidad al filme. O los continuos tributos a Los Cazafantasmas que tiene su mayor reflejo cuando en el cielo se abre un gran agujero por encima de una torre: sinónimo ineludible a la obra maestra de 1984 a la cual al director Robert Schwentke no le importó emular. Solo le faltó cruzar los rayos.