Rio

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

¿Río de qué?

Imagine que se encuentra con varios de esos animalitos simpáticos que adornan las cajas de cereales. Ahora piense un poco más e intente crear algunos compañeritos para ellos y listo: tiene a Rio, una película que, como su protagonista, jamás logra levantar vuelo. Al menos se ve mucho más linda y prolija que el trabajo anterior del director, La era de hielo 3. Pero sigue con los mismos errores.
Saldanha se hizo más popular cuando se encargó de la franquicia de La era de hielo, a partir de la primer secuela. Tambié dirigió Robots, pero los resultados no difieren mucho. Es un director de animación mediocre, con personajes que no logran generar demasiada simpatía o están sólo para dar el nuevo remate. Son los llamados comic relief: aquellos que están ahí para aliviar la tensión, o simplemente para divertir. El problema es que en las películas animadas se dividen en dos tipos: los gags ingeniosos, con juegos de palabras y ayudados por el montaje (la mayoría de las películas de Pixar) y los gags físicos, el tan elaborado slapstick de la escuela keatoniana o chaplinesca, como en la mayoría de las películas de Dreamworks. El problema, que estas películas parecen ignorar, es que el slapstick requiere tanta elaboración y cuidado como elegir las palabras adecuadas para que algo resulte gracioso. Las películas de Buster Keaton son un ejemplo de ello. No basta con ver violencia física contra un personaje para que resulte gracioso (piensen en las películas de Madagascar) ni con que tengan movimientos raros y retorcidos. Sólo los hace más excéntricos y difíciles para conectar emocionalmente. Hay otras cosas que salen mal también. Linda, la dueña de Blu, el guacamayo que debe ir a Brasil para aparearse y dejar que la vida se abra camino, en una misión de rescate termina en un desfile. Ella, con ropa que apenas puede tapar lo mucho que tiene de vergüenza, termina en un carro gigante, ante una multitud que le pide que sacuda el trasero. Debería ser un momento gracioso, pero termina resultando incómodo y no sólo para ella, sino para nosotros también. No sólo no es gracioso, sino que la secuencia carece del ritmo para saber cuando debería terminar el chiste.
Hay un montón de personajes, como un bulldog baboso, un cardenal gordito y unos monos que recuerdan bastante a los lemures bailarines de Madagascar. Todos están para propiciar el próximo chiste o número musical (ninguno de ellos demasiado inspirado). Carlos Saldanha es brasileño, pero ni siquiera logra despegarse del recorrido turístico y extranjero de su propia ciudad. Río tiene todos los paisajes que cualquier turista imagina. Incluso hay una secuencia vertiginosa, donde el protagonista huye por las favelas, mientras todo Brasil está pendiente de un partido de fútbol (como no podía ser de otra manera, contra Argentina). Como no escapa a los lugares comunes, sus personajes también son puro cliché. Principalmente los humanos, que si no son pobres con buenas intenciones, son amantes del fútbol o la danza carioca.