Rifkin's Festival

Crítica de Rolando Gallego - HaciendoCine

Una vez más España será el escenario para que Woody Allen despliegue su verborragia en “Rifkin’s Festival”, producción que esta semana desembarca a los cines argentinos con un elenco de estrellas que incluye a Gina Gershon, Louis Garrel, Elena Anaya, Sergi Lopez, Christoph Waltz, nuestra Luz Cipriota y Wallace Shawn, que oficiará, cuándo no, de alterego de Allen.

A diferencia de sus propuestas anteriores, en donde había una exploración mucho más aceitada de los vínculos afectivos y encuentros casuales, el freno que se ha impuesto el mismo, para evitar seguir en el ojo de la tormenta, lo llevan a explorar, como en este caso, el universo de los Festivales de cine, y, adicional, realizar un bello homenaje a clásicos de la historia del séptimo arte.

Mort (Shawn), un profesor de cine, llega a San Sebastián, acompañando a su mujer (Gerson), quien oficia de representante y publicista de la estrella francesa Phillippe (Garrel). Ante las sospechas que Mort posee sobre un posible romance entre ambos, sus días en San Sebastián terminaran acercándolo a una misteriosa mujer (Anaya), con quien compartirá sus impresiones y deseos.

Entre esos dos universos, el físico y real, del Festival, con sus funciones, ruedas de prensa, y belleza particular, y el onírico, en donde son “recreadas” escenas de clásicos como «Citizen Kane», «Jules et Jim», «Amarcord», «Persona», «El séptimo sello», para dar cuenta de las neurosis de Mort, «Rifkin’s Festival» termina por configurar su narrativa, sin sobresaltos, a paso firme y seguro.

Allen, además, realiza una dura crítica, solapada de celebración, sobre el cine, los festivales, la prensa especializada, los productores, y demás. Ya en la primera escena se disparan sentencias como “los festivales de cine no son lo que solían ser”, o sobre cómo él “enseñaba el cine como arte, a los grandes maestros europeos”, o en ese pasaje en donde un productor le dice a una blonda y esbelta mujer “en mí nueva película sobre el juicio de Eichmann serías perfecta para interpretar a Hannah Arendt”.

Un Woody Allen más melancólico, nostálgico, pensante sobre aquello que ya no es más pero que igualmente ofrece, lejos, algunos pasajes bellos rememorando a esos grandes directores europeos que lo y nos formaron.