Rifkin's Festival

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Rifkin's Festival": otra comedia de enredos a la Woody Allen.

La histórica discusión sobre la separación del artista de su obra encuentra en Woody Allen un caso que divide aguas con más fuerza que Moisés con el Mar Rojo. Por la relevancia del personaje, por lo aberrante de los delitos sexuales que se le imputan hace décadas –el último capítulo fue cuando una de sus hijas adoptivas, Dylan Farrow, aseguró que abusó de ella cuando era niña– y por los cimbronazos que generó en la industria (actrices y actores arrepintiéndose de trabajar con él, una demanda a Amazon por 68 millones de dólares luego de que diera de baja el contrato para filmar varias películas). Ese contexto empujó aún más a Allen a la condición de paria en Hollywood, de expatriado que continúa filmado por cortesía de fondos europeos, tal como ocurre con la demorada Rifkin’s Festival, rodada en el Festival de San Sebastián de 2019 y con un estreno internacional varias veces postergado a raíz de la pandemia.
Pero Rifkin’s Festival no es una película “sobre” festivales, aunque se hablé de ellos y la acción transcurra entre charlas, entrevistas y cócteles a la vera del Golfo de Vizcaya que baña la ciudad vasca. El evento costero opera como disparador de una historia que aborda múltiples dimensiones del cine conjugando las obsesiones allenianas con un recorrido por su educación audiovisual, con hincapié en el señalamiento de aquellos directores que admira. Al igual que en La rosa púrpura del Cairo, el cine y la vida configuran una unidad de límites difusos, con la diferencia que aquí conviven en distintos planos narrativos.

Como casi siempre en sus comedias, luego de los clásicos créditos en letras blancas sobre una placa negra aparece quien encarna al alter ego del director. Mort Rifkin (Wallace Shawn) es la típica criatura neurótica y pesimista de verba irrefrenable e hiperbólica, un académico, exprofesor de cine, estudioso y fanático de los grandes autores europeos y asiáticos que, sentado frente a su psicólogo, se dispone a rememorar sus recientes vacaciones europeas con su esposa publicista. Vacaciones para él, en tanto viajó a San Sebastián para acompañar a Sue (Gina Gershon), a cargo de la agenda de un director francés con ínfulas de grandeza (“mi próxima película intentará proponer una solución para el conflicto entre árabes e israelíes”, dice ante la prensa embobada). Rifkin debe lidiar con que Philippe (Louis Garrel) es pintón y lo que para él es un evidente circuito cerrado de deseo con Sue, una teoría que las escapadas a solas no harían más que confirmar.

Para Rifkin “los festivales ya no son eran”, sino apenas un reservorio de prestigio efímero para un cine contemporáneo que funciona como una cadena de mandatos industriales. Los sueños representan un terreno para la imaginación sin límites, un espacio de libertad regido por referencias a Buñuel, Fellini y Bergman, entre otros tantos realizadores a los que “homenajea” replicando escenas de sus películas más famosas. El único atisbo de ensoñación terrenal aparece cuando, aquejado por una dolencia que probablemente exista solo en su imaginación, pide por un médico y le pasan el contacto de Jo Rojas. Menuda sorpresa se lleva cuando vea que Jo no es el hombre maduro que esperaba sino una joven doctora (Elena Anaya) a la que empieza a visitar con frecuencia, movido más por el interés personal que por cuestiones profesionales. La chica, desde ya, tiene sus propios problemas, y Mort sintoniza perfecto con ellos.

Y así se plantea esta comedia de enredos leve como las brisas durante la ola de calor, una en la que Allen, consciente de su cuarto de hora pasó hace rato y que su costumbre de filmar una película por año es parte del pasado, hace nulos esfuerzos por exhibirse como un realizador moderno. A cambio, propone una amable y melancólica reflexión sobre la vejez y los vínculos humanos, sobre el amor en los distintos estadios de la vida, con la pasión ocupando el centro en la juventud de la doctora y el acompañamiento en su relación con Sue. Una película felizmente anacrónica sobre personas enamoradizas y cambiantes. Una película a contramano de casi todo, menos de la lógica del propio Allen.