Riesgo bajo cero

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

MEJOR NO ROMPER EL HIELO

Alejado ya definitivamente de aquel actor dramático en busca de prestigio, Liam Neeson ha sabido construirse en los últimos años una carrera en torno al thriller y al cine de acción. Es el camino inverso al que quiere realizar Tugg Speedman en Una guerra de película, y la mención a la obra maestra de Ben Stiller no es gratuita, porque en el centro de Riesgo bajo cero habita el espíritu de un tipo de cine que ya no se hace, y que aquella película supo satirizar sin perderle el respeto. Casi que podemos escuchar la voz rasposa de Nick Nolte diciendo “la misión se consideraba casi suicida” cuando la trama de Riesgo bajo cero echa a andar: una explosión en una mina de diamantes deja encerrados a un grupo de mineros, con la amenaza de que el aire va a consumirse en poco tiempo. Para salvarlos, se pone en marcha una operación que consiste en transportar unos artefactos pesadísimos en camiones, atravesando kilómetros de lago congelado (lo que se conoce como “ruta de hielo”) en una época donde la temperatura comienza a subir. Como dijimos: casi suicida.

Neeson interpreta a Mike McCann, un camionero cansado que va saltando de un trabajo a otro, siempre acompañado por su hermano Gurty (Marcus Thomas), un veterano de Irak que sufre de afasia. Cuando sale la convocatoria para manejar hasta la mina, aceptan porque necesitan la plata, y porque tienen el sueño de comprarse un camión propio. En ambos personajes hay una nobleza infrecuente, y un delineado justo para lo que la película propone: nunca vamos a saber demasiado de sus vidas, pero la relación que tienen entre sí y la que mantienen con el trabajo nos alcanza para sumarnos al viaje. Son profesionales con habilidades que se van a ir destrabando a medida que las cosas se compliquen, impulsados por un sentido férreo de la responsabilidad. Como mencionábamos antes, parecen salidos de otra época; una mucho menos cínica y más dispuesta a la aventura, que podía permitirse que una rata (como sucede acá) tenga un momento heroico.

Algo similar ocurre con el resto de los personajes, desde Tantoo (Amber Midthunder), la joven nativa americana que maneja uno de los camiones y que no pierde oportunidad para reclamarle al hombre blanco sus tierras, pasando por Jim Goldenrod (un sabio Laurence Fishburne), el líder de la operación, hasta Varnay (Benjamin Walker), una mezcla de villano corporativo y agente secreto, tan implacable y absurdo que no resistiría una mirada demasiado juiciosa. Todos cumplen su función dentro del relato sin desbordarse, como parte de un engranaje visto mil veces, pero aun así funcional. Los que quizás sí lucen más desdibujados son los mineros atrapados, a los que la película vuelve una y otra vez para ir construyendo al verdadero villano: la empresa minera, que provocó el accidente y ahora trata de encubrirlo. Tanto las víctimas como los victimarios (los ejecutivos) terminan siendo forzados a ser moldes donde vaciar una denuncia, y no tanto personajes.

Pero a pesar de esa denuncia, Riesgo bajo cero nunca cae en una discursividad subrayada. Tiene la virtud de sumar temas sin profundizar demasiado, con una liviandad que recorre incluso los momentos más dramáticos (y en los que aparecen algunos pasos de comedia involuntaria, como cuando un Gurty agonizante le dice a Mike “eres mi hermano”, una frase que además de señalar lo obvio de un parentesco que realmente los une, es la misma que le dice el personaje de Ben Stiller al de Robert Downey Jr en Una guerra de película, cuando no puede llorar). Si Riesgo bajo cero no es una mejor película es por su mismo carácter un poco genérico, algo que la vuelve efectiva en sus propios términos, pero finalmente olvidable. Al fin y al cabo, el director Jonathan Hensleigh está lejos de concretar una mirada autoral (las escenas donde los cuerpos entran en acción están filmadas sin ningún impacto, de manera rutinaria), pero tiene la habilidad suficiente para sostener la narración y hacernos sufrir (un poco) con los personajes. Y claro, tiene la ayuda de Liam Neeson, que aun en piloto automático es capaz de imponer su presencia noble y experimentada.