Ricki & The Flash: Entre la fama y la familia

Crítica de Flor Salto - Loco x el Cine

La combinación es explosiva. Dirige Jonathan Demme (“El silencio de los inocentes”,”Philadelphia”), escribe Diablo Cody (“La joven vida de Juno”) y protagoniza Meryl Streep (para qué enumerar, ¿no?). Lástima que la película apenas si funciona gracias a la multifacética actriz a quien todos amamos.

Linda (Ricki, para los amigos) es la voz y guitarra de una pequeña banda californiana que noche a noche realiza simpáticas performances en un típico bar de la zona, donde los clientes de siempre van a tomar un par de cervezas, pasar un lindo rato y quizás hasta bailar un poco. Ella disfruta a pleno de esa vida rockera que lleva, en un lugar donde es prácticamente una eminencia. Pero no se olvida de todo el prontuario que la precede. Y es que Ricki atravesó hace muchos años, un divorcio que la alejó de sus tres hijos, culpa de ese sueño caprichoso de convertirse en la líder de una banda. A diferencia de otras, la oriunda de Indiana tiene la posibilidad de tomarse una revancha cuando su hija cae en una depresión debido a la infidelidad de su marido nuevecito.

Por pedido de Pete, su ex (Kevin Kline), Ricki aborda el primer avión que consigue con destino a la cuidad que tantos malos recuerdos le trae. Al llegar, los encuentros serán de la incomodidad suficiente y acordes con la situación que se está viviendo. Eso de balancear una carrera artística con una madre presente no es algo que se le dé mucho, sin embargo algunas cosas salen mejor de lo esperado. Por supuesto que habrá choques y roces típicos a medida que nuestra oxidada rockera se vaya enterando de un montón de cuestiones antes pasadas por alto. Lo que es extraño del film es que en ningún momento despega. Si no fuese por lo genial que es Meryl Streep haciendo lo que sea que haga, desde cantar Lady Gaga hasta atender la caja de un supermercado para ganarse unos pesos extra, la película sería un carreteo constante.

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Sí, tiene alguna cosita perdida para rescatar, pero no sorprende, no termina de arrancarte esa risita tímida que te estaba saliendo, no deja nada a punto de reflexión; es un “ni”. De hecho hay escenas largas sobrantes que podrían haberse ahorrado, porque no hacen a la esencia de la historia. Más drama que comedia, más musical que otra cosa, “Ricki & the Flash” puede pasarse de largo sin pena y esperar para verla en casa.

Qué complicado es intentar desandar caminos cuando los años han pasado y ya ni la época te corresponde. Cuando todos rehicieron sus vidas aunque sigas estando presente en sus pensamientos diarios. Cuando todo el daño que no te percataste que habías hecho se vuelve en tu contra y está fuera de control. Bueno, Ricki eligió cantarle a todo eso, a modo de quitapenas. Difícil no juzgar las decisiones tomadas por este potente personaje femenino, pero la vida avanza y no existe freno de mano.

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Una trama lenta, actuaciones simplemente correctas y mal aprovechadas, un guión bastante pobre y una plaga de clichés invadiendo el plató, son los ingredientes que se utilizaron para una experiencia que terminará extraviándose entre tanto estreno junto. Una pena que los únicos momentos picantes del film vayan de la mano de una pequeña banda arriba de un escenario y no de esa combinación explosiva que les mencioné al principio. Me hubiese gustado más emocionarme con la historia de una familia frustrada que entusiasmarme con las pegadizas melodías que ofrece el espectáculo. Igual te banco en todas, Miranda Priestly, no me importa que se re notara que los tatuajes cual Axl Rose eran horriblemente falsos.