Revolución. El cruce de Los Andes

Crítica de Adolfo C. Martinez - La Nación

La cinematografía nacional no abrevó con calidad demasiadas veces en nuestro pasado histórico. Revolución viene a llenar ese vacío tan necesario para remontarse al pasado y descubrir a esos personajes que hicieron la grandeza del país a través de sus asombrosas hazañas. Esta vez es San Martín quien transita este relato sincero y lo eleva a la condición de imprescindible para quienes deseen internarse en aspectos de la vida y de la obra del prócer.

El comienzo del film se fija en 1880, cuando, en una pensión, un periodista desea entrevistar a Esteban de Corvalán, uno de los últimos hombres vivos que cruzaron los Andes junto a San Martín cuando aquél tenía 15 años y que por saber leer y escribir se convirtió en uno de sus secretarios. La memoria del entrevistado se remonta a los tiempos en los que el Libertador se disponía a acometer el cruce de los Andes a caballo o en mulas desde Cuyo hacia Chile para borrar todo vestigio de la ocupación española. Y aquí aparece la figura del prócer con su valentía, sus dudas, sus temores, su salud quebrada y su notable pericia para sortear los más difíciles obstáculos.

El director y coguionista Leandro Ipiña supo resolver con solvencia su propósito, ya que su film encara la historia desde la perspectiva no sólo histórica de San Martín, sino que se adentra en su pensamiento y en su casi escondida voluntad de hacer posible lo que parecía una quimera. Rodada en exteriores de San Juan, la película contó, además, con un enorme esfuerzo de producción, ya que tanto la reconstrucción de la batalla de Chacabuco como el cruce alcanzan picos visuales poco vistos en nuestra cinematografía.

Rodrigo de la Serna tuvo a su cargo la misión de ponerse en la piel del prócer y lo hizo con enorme convicción, con medidos gestos y con esa ternura y valentía que, unidas, lograron del actor la necesaria fuerza para salir indemne de su propósito.