Revancha

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Tocar fondo y volver

Las películas de boxeadores son un género en sí mismas: desde “Rocky” a “El ganador” y “Cinderella Man”, de “Toro salvaje” a “Million Dollar Baby”, hay una épica eminentemente cinematográfica plasmada en una lucha arriba y abajo del ring; una autosuperación y redención personal ganada literalmente a las piñas, en vistosas escenas llenas de sangre, sudor y dinamismo.

A esto se atreve Antoine Fuqua (el que se hizo famoso con “Día de entrenamiento” e hizo una subvalorada “Rey Arturo”) en “Revancha”, una cinta que cumple con muchos de los tópicos inevitables (gloria, caída en desgracia y redención; escenas de combate realistas y sangrientas) pero al mismo tiempo se mete con aspectos menos visitados: desde la exacerbación de las secuelas del combate (el sangrado por horas, los dolores por días) hasta la soledad del ídolo: los argentinos podremos pensar en la figura de un Diego Armando Maradona (el representante que se cuelga del éxito, la esposa que le maneja vida y carrera, el entorno de amigotes, los relojes caros).

Campeón caído

Billy “The Great” Hope (se puede leer como ‘la gran esperanza’) es un campeón semipesado blanco, salido de un orfanato de Hell’s Kitchen; por el barrio podemos deducir que es descendiente de irlandeses, que han sido grandes boxeadores. Siempre fue de los que pegaban más de lo que se defendían, por lo que suele terminar bastante maltrecho. Su esposa Maureen, otra huérfana a la que conoció a los 12 años, sabe que quizás el retiro esté cerca, porque a ese ritmo va a terminar mal.

Tras una defensa difícil pero exitosa, un boxeador colombiano llamado Miguel Escobar empieza a provocarlo para obtener una pelea. La persecución seguirá hasta terminar en un confuso episodio en el que perderá a Maureen en la peor de las formas. Tras esto vendrá la caída deportiva, económica y familiar; sólo después de tocar fondo estará listo para volver a emerger, de la mano del entrenador Tick Wills, un especialista en rescatar chicos en situación de riesgo.

Por supuesto, esa recuperación atraerá a su ex representante, Jordan Mains (ahora encargado de la carrera de Escobar) a generar la pelea decisiva entre los dos púgiles: las imágenes del entrenamiento de uno y otro recuerda un poco al de la pelea Balboa-Drago de “Rocky IV”, pero sin exagerar tanto la diferencia de recursos. El tramo dedicado a la pelea final no tiene tanto que envidiarles a algunos clásicos en cuanto a la crudeza de la pelea.

Fuqua mitiga algunos lugares comunes y unos cuantos golpes bajos (la relación con su hija Leila) renovándose con una cámara movediza en planos cortos, un poco al estilo de lo que hizo Darren Aronofsky en “El luchador” o David O. Russell en “El ganador”, con algunas imágenes impactantes, como la del protagonista tirado desnudo en la ducha con las medias puestas, después de perder su corona.

Por el lado de la música, más allá del score de James Horner en uno de sus últimos trabajos (falleció en un accidente el pasado junio) lo más intenso es el omnipresente hip hop, que marca el ritmo y el clima del ambiente. También es omnipresente, como referencia mediática, la de HBO como dueña de derechos de transmisiones, de la mano del célebre anunciador Jimmy Lennon Jr.

Póker de actores

Nada de lo antedicho sería posible sin actuaciones de fuste como la de Jake Gyllenhaal en la piel de Hope; quizás en un registro diferente para él, que siempre ha hecho personajes más luminosos o más oscuros, pero siempre bastante “piolas”. Acá le toca construir un hombre inmaduro, irascible, quebrado, pero a la vez muy sensible y capaz de cambiar. No menor a este desempeño está su compromiso a la hora de preparar su cuerpo (tarea que le valió un elogio del mismísimo Arnold Schwarzenegger en “The Graham Norton Show”), de la mano de una formación boxística con el fin de dar mayor veracidad a las peleas, que no fueron precisamente indoloras, por lo que se cuenta.

Del otro lado de la justa actoral está Forest Whitaker haciendo gala de una medida economía de recursos. Su personaje es el encargado de rescatar a Billy cuando todos lo abandonen, y enseñarle en lo estrictamente boxístico todo aquello que nunca supo: ser menos autodestructivo en el ring. A su vez tiene sus propias vulnerabilidades y sus límites: no es ni el irlandés duro de Clint Eastwood en “Million Dollar Baby” ni un sabelotodo como el señor Miyagi de “Karate Kid” o el Nick Nolte de “El guerrero pacífico”.

En el caso de Rachel McAdams, vuelve a demostrar que es una actriz eficaz, quizás un poco escondida detrás de su bella estampa: ¿quién no querría una esposa así, con el vestido y las llamativas sandalias con las que asiste a la primera pelea? (y que se las saque para acompañarlo descalza hasta los aposentos, destacaría alguno por ahí). Lamentablemente, la historia la restringe a un tercio del metraje.

Aporta lo suyo Curtis Jackson, conocido como 50 Cent en el mundo del hip hop, como un Jordan Mains de sonrisa socarrona y poco confiable, bajo el lema de “si significa dinero, significa algo”. Y de yapa tenemos la sorpresa de Oona Laurence como Leila, una niña dotada de una gestualidad creíble (cuando llora moviendo los labios, o revolea los ojos, por ejemplo).

Que regresen aquí varios mitemas e imágenes conocidos no hace al cóctel menos potente, encontrándoles alguna vuelta de tuerca nueva. Quizás al box como tema en el cine, y como metáfora de lo mejor y lo peor de lo humano, le quede todavía bastante cuerda.