Retrato de una mujer en llamas

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

El amor verdadero no se puede dibujar

Pocos títulos son más precisos que “Retrato de una mujer en llamas”, porque detrás de la impronta artística la frase también refleja el fuego sentimental de la mujer, para el caso, las mujeres. No se habla aquí de una señorita de estos tiempos, sino de dos mujeres de la Bretaña francesa en 1770, que se cruzan por un hecho meramente circunstancial. Una es Marianne (Noémie Merlant), una pintora que es contratada por una dama de la alta sociedad para realizar el retrato matrimonial de su hija Héloise (Adèle Haenel), una joven que acaba de dejar el convento y se resiste a aceptar el mandato de casarse. Más aún cuando apenas conoce a su futuro esposo y todavía no sabe qué es eso que llaman amor. Marianne es la típica artista empoderada, que pinta porque le apasiona, no se ata a ningún hombre simplemente porque no le gustan y sostiene que “la igualdad es un sentimiento agradable”. Héloise no se quiere casar pero tampoco quiere que la retraten. Así que Marianne se hará pasar como su dama de compañía y de paso irá dibujándola a escondidas. En ese vínculo surgirá una amistad primero y una tensión sexual después. Pero si quien va a ver esta película se queda en la historia de amor entre dos mujeres se pierde algo más. Y es el universo de sensaciones nuevas que descubre Héloise a partir del momento en que conoce a Marianne. No sólo el sentimiento amoroso llegará a su vida, sino también reflexionará sobre la libertad, la soledad o la necesidad de reír. “¿Cómo suena una orquesta? preguntará la joven a punto de casarse. “Eso no lo puedo explicar con palabras”, dirá la retratista. Y la frase será el señuelo de una escena maravillosa del final, que evoca el disfrute que genera escuchar música. Otro flechazo a los sentidos, bien craneado por Céline Sciamma. La directora, ganadora en Cannes por este guión, hizo una película plagada de sutilezas desde lo emocional y con un amplio respeto por el tratamiento de la imagen. Hay escenas que parecen pinturas al óleo. Y ese guiño lo utiliza como quien da estiletazos en momentos clave. Una película que demuestra que las pasiones reales no tienen tiempo, y que el amor real no se puede dibujar.