Retrato de una mujer en llamas

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"Retrato de una mujer en llamas": historia de un amor-pasión

La realizadora de "Tomboy", uno de los nombres eminentes del cine queer contemporáneo, escribió en pleno siglo XXI una novela romántica para el cine, algo que su compatriota François Truffaut seguramente hubiera querido hacer.

Estreno en salas únicamente.

Cuando Marianne ve por primera vez el retrato de Héloïse que pintó un antecesor, encuentra el rostro borroneado, en un brochazo de furia que da por curioso resultado un Francis Bacon avant la lettre. Estamos a fines del siglo XIX, pleno albor del romanticismo. El retrato deberá servir como trofeo del matrimonio arreglado con un conde milanés, y la joven condesa no quiere contraerlo. Por lo tanto se niega a ser eternizada. Su madre hace una segunda prueba con Marianne, a quien le encomienda la tarea de una espía. Con la excusa de cuidar a Héloïse (su hermana viene de arrojarse por un despeñadero, y la señora no quiere que la hija que le queda tome una decisión semejante), Marianne estará en condiciones de componer su retrato a distancia. Para ello deberá observarla detalle a detalle, y pintarla luego en secreto. De suicidios por amor, secretos y fuegos está hecha la literatura romántica, y Retrato de una mujer en llamas no es otra cosa que una historia de amor-pasión, en tiempos en que ciertos amores estaban socialmente condenados.

La guionista y realizadora Céline Sciamma (Pontoise, 1978) ha escrito, en pleno siglo XXI, una novela romántica para el cine. Algo que su compatriota François Truffaut seguramente habrá querido hacer, y sin embargo debió conformarse con recurrir, para Las dos inglesas (1971) y La historia de Adela H (1975), a originales de Henri-Pierre Roché y Víctor Hugo, respectivamente. Con antecedentes notables, como Naissance des pieuvres (2007), Tomboy (2011) y Bande des filles (2014), Sciamma es uno de los nombres eminentes del cine queer contemporáneo, habiendo tratado en sus films previos deseos reprimidos, transexualidades tempranas y sororidades conflictivas. Ahora va en busca de una nueva pasión inconfesada, como la que niña Marie sentía en su ópera prima por la voluble Anne. La relación entre Marianne y Héloise también será una de deseante y deseada, con vestidos de época en lugar de mallas de baño. Como para indicar tal vez las semejanzas, a Anne y a Héloïse las encarna la misma actriz, la rubia Adèle Haenel, magnética e impasible.

El nombre de Haenel resuena de ecos románticos, y el de su personaje también. Imposible no relacionar a Héloïse con la protagonista de Julia, o la nueva Eloísa, novela sobre un amor indebido que Jean J. Rousseau escribía en forma contemporánea a la ficción de Retrato… En el nuevo film de Sciamma y a la manera de La edad de la inocencia, las llamas queman por dentro. Y pugnan por salir. Que Marianne (Noémie Merlant) es tan apasionada como obstinada queda demostrado en la escena inicial, cuando un bote la traslada a la isla donde residen la condesa (una reaparecida Valeria Golino), su hija y Sophie, una mujer de servicio (Luàna Bajrami). La caja en la que la pintora lleva sus telas cae al mar, y sin pensarlo dos veces Marianne se arroja al agua para recuperarlas. En presencia de su rubio objeto de deseo, Marianne deberá posponer ese arrojo: Retrato… es, como lo era Pieuvres, un estudio sobre la posposición amorosa.

Cuanto más se dilata el roce, cuanto más gruesos son los vestidos, más arden los cuerpos cubiertos. Sciamma pinta con miradas, gestos, detalles. A Marianne le encargaron observar a su musa, y ella no desaprovecha la ocasión. Claro que sus ojos se fijan artísticamente, pero también se deslizan sobre cabellos, cuellos desnudos, manos suavemente posadas. “Eso explica tus miradas”, cae en la cuenta Héloïse, cuando el primero de los velos se descorre. Queda otro, y llevará más tiempo. De hecho, en la que tal vez sea la escena más erótica, ambas llevan velos. Además de un melodrama sexual, Retrato… construye también una teoría del arte. “Hay reglas, convenciones”, retrocede Marianne, intentando justificar el academicismo de su arte, que su modelo reprocha. “Le falta vida”. También en la vida hay reglas y convenciones, y como arte y vida son una sola y misma cosa, en ambos terrenos esas reglas deberán ser subvertidas, si se quiere pintar las llamas.