Retiro voluntario

Crítica de Pablo Sebastián Pons - Proyector Fantasma

LA IMPORTANCIA DE LO SECUNDARIO
La comedia española tiene la tendencia a integrar dos vertientes claramente identificables: la comedia de situación donde los estereotipos mundanos son llevados al extremo; al delirio absoluto y películas donde un desencadenante específico provoque un in crescendo de situaciones ridículas. Es en la convergencia de éstas que el humor absurdo, políticamente incorrecto y crítico de esos lugares que aborda es que puede fluir.

Y si bien la comedia argentina contiene estas dos formas, suele moverse más en concordancia con la comedia norteamericana, más relacionada con la buddy movie, o la comedia romantica siempre enbadurnada por la inefable idiosincracia argenta.

Retiro Voluntario se encuentra un poco en el medio de lo comentado anteriormente y nos cuenta la historia de Javier (Imanol Arias), un director ejecutivo de una empresa que tiene la peor semana de su vida luego de interactuar con Rubén (Dario Grandinetti), un transeunte supuestamente inofensivo. Como si esto fuera poco, su empresa se encuentra en periodo de reducción de personal y en este proceso surge Sam (Hugo Silva), un compañero competitivo.

La película de Lucas Figueroa se divide en dos partes, la primera mas situacional y con un humor mas dialectico, raramente efectivo en este caso, referencial del español que vive en Argentina y sus dificultades comunicativas. Aquí Grandinetti y Arias hacen gala de sus habilidades tragicómicas en un guión que lentamente va sentando las bases para el delirio del acto final y que en el transcurso coquetea con el slapstick, el thriller corporativo y el humor “fumón”.

Y como si necesitara una excusa para desatarse, Retiro Voluntario recurre a la marihuana para justifcar el raid de la última media hora. Aquí, los protagonistas ejecutan un plan desenfrenado que ponga a los malos donde les corresponde. Pero la película no depende de estos para que el engranaje funcione y encuentra sus mejores momentos en los detalles y no tanto en el grueso de la trama. Aquí destaca principalmente el Raulito de Tomas Pozzi y por momentos Eduardo (Luis Luque) y Guido (Juan Grandinetti) encuentran la química que saca sonrisas y la exageración que las quita.

La película de Figueroa termina siendo un producto que si bien se siente cómodo con su tono general -incluso en su incorreción progresiva-, encuentra sus mejores momentos no necesariamente cuando apuesta a ellos sino en el complemento de lo secundario.

Por Pablo S. Pons