Retiro voluntario

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Diferencias entre “gilipollas” y “boludos”

Así como a muchos argentinos les causa gracia el término “gilipollas”, a los españoles la palabra “boludo” los hace desternillar de la risa. O al menos eso dicen. Algo de las diferencias lingüísticas y culturales entre ambos países debería correr por las venas de Retiro voluntario, producción española estrenada allí con el título original Despido procedente (las dos figuras no implican lo mismo, desde luego) y rodada en los dos continentes, con un reparto mixto y director de origen argentino afincado en Madrid desde hace años. Pero los esfuerzos no van más allá de la capa más externa de la superficie, como esos chistes de gallegos que en otras latitudes son encarnados por polacos, atados a un estereotipo tan frágil que resulta casi imaginario. ¿Puede ilustrarse una escena en la cual pinta el faso con una melodía reggae por enésima vez? Sí se puede, aunque se trate del chascarrillo más viejo y gastado del mundo. Que cause gracia ya es otro cantar.

Si algo aleja a Retiro voluntario un par de pasos del desastre humorístico absoluto es la presencia de un reparto que se aguanta casi todos los golpes con estoicismo y profesionalidad. En particular Imanol Arias, encargado de darle carne y piel a Javier, un expatriado español en tierras porteñas, gerente de un call center en una empresa multinacional dedicada a las telecomunicaciones. La otra pata del dúo cómico de enemigos jurados es responsabilidad de Darío Grandinetti: su Rubén es un tipo jodido y bastante oscuro que se transforma en la sombra del “gallego” luego de un malentendido en la vía pública. Una sombra amenazadora que presiona a Javier para que compense el error económicamente, primero, y bajo condiciones más duras poco tiempo después. Que todo eso le aterrice en la cabeza al español durante una salvaje reestructuración de la empresa no es lo de menos: su caída en desgracia laboral y personal parecería de allí en más no tener piso. Que varios de los problemas consiguientes partan de un abuso de la idea de absurdo es un punto de partida nada sencillo de remontar.

En su segundo largometraje luego del film de terror Viral, Lucas Figueroa construye una supuesta crítica satírica al universo de las grandes empresas y la mentalidad de sus empleados, pero el trazo resulta tan grueso que se sale completamente de los márgenes del bosquejo. El resto es un problema de timing: el personaje interpretado por Luis Luque, un tipo “de seguridad” que se acerca bastante a la definición clásica de psicópata, brilla en algunos momentos con luz propia, pero la estructura de las escenas y los gags terminan arruinando en gran medida su aporte. Y cuando Retiro voluntario parece acercarse a la salvajada –una opción posible para el relato– el guion vuelve a encauzarse en carriles definidamente conservadores. La española Paula Cancio interpreta a la bella y mucho más joven prometida de Javier, una de las dos opciones de mujer posible según el film: arribista y engañosa. El otro modelo, claro está, deslumbra por su candidez y emoción a flor de piel. No es tanto incorrección política como franca y vetusta macchietta.