Resident Evil: Capítulo final

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

El goce de un placer culposo
La sexta ¿y última? entrega de la franquicia tiene muchos defectos pero consigue su objetivo: entretener.

La franquicia Resident Evil parece infinita: esta semana, casi en simultáneo, apareció el séptimo videojuego y se estrenó la sexta película. Como su subtítulo -Capítulo final- indica, se supone que este es el último suspiro de la saga cinematográfica inspirada por el videojuego. Hay indicios para sospechar: rara vez se mata a la gallina de los huevos de oro.

No hace falta haber visto ninguna de las cinco entregas anteriores para entender esta: en los primeros minutos se hace un rápido resumen para principiantes. La historia se sitúa inmediatamente después de los sucesos de la quinta; en un mundo devastado por la plaga zombi, sólo hay unos cinco mil humanos sobrevivientes y su única esperanza sigue siendo Alice Abernathy (Milla Jovovich). Ahora ella tiene el dato de que en el Panal, la fortaleza subterránea de la siniestra corporación Umbrella en Racoon City, hay un antivirus capaz de destruir a los muertos vivientes. Sólo tiene dos días para meterse en las instalaciones, conseguir el antídoto y salvar a la humanidad.

Paul W. S. Anderson le debe su familia y gran parte de su carrera a Resident Evil: filmando la primera parte conoció a Jovovich, su esposa y madre de sus dos hijos; a lo largo de quince años, él participó en toda la saga, ya sea como director (en cuatro películas, incluyendo esta), guionista o productor. Denostado por la mayor parte de la crítica, reivindicado por la corriente conocida como vulgar auteurism –que revaloriza a directores menospreciados, como él, Tony Scott o Michael Bay-, algo es seguro: el hombre sabe lo que está haciendo.

Acá no hay sutilezas: es acción pura y dura, vértigo sin respiro. Anderson no disimula que todo empezó con el videojuego e incorpora sin pruritos esa estética y estructura a la película. Abernathy tiene que ir cumpliendo objetivos y venciendo a diferentes enemigos para ir pasando de pantalla, hasta la batalla final contra el rival más poderoso. Las actuaciones son caricaturescas; los diálogos, flojísimos, cargados de explicaciones tan complicadas como ridículas; una indisimulable pátina berreta cubre todo. Pero Resident Evil: Capítulo final cumple su misión de entretener y así se gana un lugar entre esos placeres culposos difíciles de confesar.