Renoir

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Naturaleza muerta

Es 1915 y el maestro impresionista Pierre-Auguste Renoir recibe la visita de Andrée Heuschling, modelo viva y ave noctámbula parisina, en su estancia de la Riviera. Andrée es ardiente, enigmática; el personal femenino que atiende al lisiado y artrítico Renoir resiente su presencia. Flota en el aire que fueron modelos de antaño. Y cuando Jean, segundo hijo de Auguste, vuelve de la guerra, tendrá una tempestuosa relación con Andrée, que lo impulsará a hacer películas. Gilles Bourdos eligió un período clave del arte moderno, la última etapa de Renoir, el genial pintor, enlazada con el surgimiento de Renoir, pionero innovador del séptimo arte; es el paso de lo viejo a lo nuevo, a través de la misma musa. Andrée cambiará su nombre por Catherine para rodar con Renoir y curiosamente ambos habrán de fallecer el mismo año, 1979; la primera, en total anonimato.
Para ajusticiar la historia, Bourdos hace de Andrée la gran protagonista. La onírica fotografía de Mark Ping Bing Lee (In the mood for love) la muestra en múltiples ángulos: posando desnuda en la campiña mientras un suave travelling atraviesa sienas, ocres y bermellones hasta llegar al lisiado con su paleta; o recibiendo luz sobrenatural en la cara (“La iluminación es todo en el cuerpo de la mujer”, alecciona Auguste a Jean). Lo que el film consigue, en consecuencia, es un retrato, un trabajo de pintor con medios mecánicos. A excepción de la escena donde Jean visita un burdel, con notable alusión a los góticos años ochenta, Renoir es presa del sujeto del film. Pese a su subyugante belleza, Bourdos no pasa de mostrar una naturaleza muerta, simbolizada en un curioso detalle: las manos que pintan pertenecen al recluso Guy Ribes, falsificador de cuadros.