Renoir

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

ese a su lugar ineludible en la historia del arte, el cine escasamente se ocupó de los pintores de fin del siglo XIX, al menos desde la ficción, excepciones, pocas: Van Gogh, Gauguin o Toulouse Lautrec. En particular sobre los impresionistas existe una miniserie de la BBC de Londres, del año 2006, que se estrenó en cable en Argentina, excesivamente televisiva.

En julio se estrena Renoir, del francés Gilles Bourdos, film que participó de “Un certain regard” en el último Cannes y que hace una doble celebración: por un lado al gran “pintor de figuras” del Impresionismo, y por el otro a su hijo, Jean, el que es considerado por el cine francés como el mejor director de todos los tiempos. Realizador de La gran ilusión, La bestia humana, Los bajos fondos, o la inicial Un Partie de campagne, de 1936 con la que más claramente se liga esta pelicula de Bourdos.

Reunidos en un intersticio de época, el año 1915, en plena Guerra Mundial, cuando Pierre Auguste (Michel Bouquet) es un hombre anciano y enferno y su hijo un joven soldado de 21 años que atisba muy brevemente a pensar en el cine como su futuro oficio y que por ahora se dedica a restablecerse de una herida de guerra en la villa de su padre Cagnes sur Mer. En el medio, y verdadero centro de la película, la joven desprejuiciada y temperamental Andrée “Dédé” Heuschling, modelo de Renoir y futura esposa del joven Jean que va a marcar desde la primer secuencia el punto de vista que la pelicula privilegia.

Rodeado de mujeres que lo sirven en una casona frente a la costa azul, con un status que la película no explica, Renoir, que había nacido en 1841 es retratado por Bourdos como un hombre firme en sus convicciones en torno a la pintura, ideas ya formuladas como la modernidad. Se da cuenta de eso, pero al guión (Jérôme Tonnerre y Gilles Boudos) no le basta con una fotografía minuciosa (el director de fotografia es el taiwanes Ping Bing Lee usual colaborador de Hou Hsiao-Hsien’s ) planteada casi en su totalidad en brillantes exteriores o en la cabaña-atelier de ventanales enormes, captando las tonalidades de colores de la naturaleza, y las distintas horas de los días durante ese verano en la Costa Azul francesa. Tampoco le alcanza los sutiles movimientos de cámara que bordean los objetos, tanto dentro como fuera de las pinturas que los componen. Tampoco la soberbia música de Alexandre Desplat (compositor de superproducciones como La noche mas oscura o de Argo). Bourdos también se ve obligado a poner en boca de Renoir pensamientos que determinan a modo de sentencias y que afirman el carácter pedagógico de su film. Y ahí es donde, la película se convierte en un manual de caracteres a cuya esencia nunca terminamos de acceder, que apenas asoma en el ataque de ira de Andréé cuando rompe los platos del maestro. En ese sentido, la belleza visual y el cuidado de las formas le dan una puesta muy atractiva, material en definitiva, que nunca nos termina de conquistar.