Relatos salvajes

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

El hombre es el lobo del hombre

Finalmente se estrena la esperada nueva obra de Damián Szifrón. El director de Tiempo de Valientes y la televisiva (y su más reconocida obra) Los Simuladores vuelve para rubricar la fe cinéfila depositada en él. Este regreso es fragmentado. Seis historias sin un hilo conductor más la demostración de lo cruel y despiadado del humano. Relatos Salvajes es fiel a su título, y el esperado retorno del director, vale la pena. Lo de Szifrón es milimétrico. Desde su construcción precisa de los planos, diálogos y musicalización, uno queda atrapado en el oscuro artificio. Relatos Salvajes está atravesada por la violencia de una sociedad en fermentación. Sopesada con un preciso humor negro (que sirve como válvula de escape ante nuestro propio horror), Szifrón y la eficacia del reparto, logra que sintamos empatía por personajes funestos. Un compendio de sombríos retratos que quizás pueda servir de simulacro, un sendero que no debemos recorrer.

Pasternak, la primera historia, es una que tal vez se puede alejar del corpus de la película. A pesar de la violencia involucrada, existe algo de irreal en ella. Un crítico musical (Darío Grandinetti) sube a un vuelo y comienza una charla amistosa con una hermosa mujer. Lo que viene después juega como una introducción lúdica. Una fantasía cercana a Los Simuladores que roza el sueño psicoanalítico.

Los títulos vienen a posteriori. Uno ve en esa selección (visual y musical) lo cerebral del cine de Szifrón. Imágenes de animales acompañan cada uno de los nombres de los actores donde se iguala a los humanos con la naturaleza salvaje del mundo. Fuimos domesticados pero no estamos exentos de un espíritu primitivo. Ese emparejamiento animal no es del todo justo. Lo humano es brutal y racional (por más emoción violenta que se desee argumentar). El personaje de Sbaraglia es consciente cuando grita “negro resentido” desde su flamante Audi al del auto desencajado que no lo deja pasar. Él sabe de su auto, de su posición social, y lo que significa lo dicho. ¿Quizás Szifrón dice que la violencia y crueldad es nuestra naturaleza?

La segunda historia se titula Las Ratas, es breve y anecdótica. Un hombre entra a un bar de ruta y la camarera (Julieta Zylberberg) reconoce a un hombre que desencadenó un momento nefasto en su vida. La cocinera (una genial Rita Cortese) está dispuesta a llegar a fondo con equilibrar las cosas. Una ficción que no rezuma originalidad pero donde destaca la construcción visual y el manejo de la tensión por parte del director.

El que viene a continuación es el más violento (físicamente hablando) de todos, un duelo rutero feroz. Un hombre (Leonardo Sbaraglia) que atraviesa una ruta salteña en un flamante Audi se cruza con un auto desvencijado, lo que aparenta una de tantas agresiones automovilísticas decanta hacia algo más oscuro. El Más Fuerte versa sobre choque de clases virulento. De una calidad técnica impecable, el relato se siente próximo al (buen) cine de acción, uno de los puntos más altos de la película.

Lo de Damián Szifrón es milimétrico. Desde su construcción precisa de los planos, diálogos y musicalización, uno queda atrapado en el oscuro artificio de Relatos Salvajes.

Luego llega Bombita. Un ingeniero en demolición (Ricardo Darín) al que la grúa le lleva el auto comienza una guerra contra lo que considera una acción injusta de la empresa acarreadora (toda una institución monolítica y despersonalizada). Su necesidad de ganar su batalla lo hunde en un espiral de resentimiento hasta su explosión contra el “sistema”. La representación de un termómetro social en este relato por parte de Szifrón es controversial. Es donde se puede ver una sociedad diezmada en cuanto a su tolerancia. ¿Cuantos se irán a sentir identificados por Bombita? Ese número quizás sea el planteo más salvaje de todos.

La que sigue, La Propuesta, es una historia amarga (aunque no es que las otras hayan sido inspiradoras). El accidente de auto del hijo de un hombre adinerado (Oscar Martinez) pone en foco la impiadosa billetera como canon de la sociedad capitalista moderna. Un relato donde la ética y la conciencia son dictada por los dólares (no nos vamos a ensuciar por pesos, ¿no?). El que poco o nada tiene, siempre es la parte delgada del hilo por donde se termina cortando.

La historia final posiblemente sea la mejor. Hasta que la Muerte nos Separe nos mete de cabeza en un casamiento judío. Una celebración que se convierte en un ojo por ojo y diente por diente. Como un curso acelerado de matrimonio (de esos en los que nada sale bien) la festividad se tiñe de un rojo que enfatiza el impoluto blanco. Érica Rivas está magnífica destilando humor y cinismo en su interpretación de esposa despechada. La reina perfecta para cerrar con pasión un banquete cinéfilo inolvidable.