Relatos salvajes

Crítica de Fernando Herrera - Mirar y ver

Polaroid de una locura ordinaria

Se tomo su tiempo Damián Szifrón para concretar su nuevo proyecto. Con producción de Pedro y Agustín Almodóvar, acaba de estrenar la gran película argentina del año, una colección de relatos sobre seres al borde de un ataque de nervios. Su grandeza tendrá sin dudas mucho que ver con los nombres que forman parte de la propuesta y con el más que probable éxito de crítica y público que le espera, pero detrás de ese tamaño predefinido hay una película tan entretenida como saludablemente cuestionable, con indudables méritos de realización y una incómoda colección de personajes que deciden ir más allá de lo que les corresponde.

Con un casting ideal y la eficacia acostumbrada, Szifrón construye una serie de trampas para que sean habitadas por criaturas feroces que creen estar domesticadas. Seis historias breves, en donde las tres primeras son tensos divertimentos de rápida resolución, seguidas por un episodio puente (el de Darín), en donde hay algo más que un conflicto que estalla, y un final con los dos relatos más desarrollados (los mejores).

Relato por relato:

1: Pasternak, con Darío Grandinetti y María Marull, funciona casi una secuencia de apertura antes de los créditos. Es la única historia extraordinaria, y la más espectacular y breve, además de ser la que menos se parece a las otras, por lo que tiene sentido su ubicación como preámbulo.

2: Las ratas. Rita Cortese y Julieta Zylberberg protagonizan este tenso relato en donde se instala la verdadera temática de la película, que no es la venganza sino el actuar más allá de los límites autoimpuestos. Una resolución un tanto apresurada la convierte en una especie de bosquejo de todo lo que vendrá.
3: El más fuerte. Leo Sbaraglia en la historia que lleva la premisa hasta su extremo, y por lo tanto la más incómoda, y sólo en apariencia la más gratuita. No se percibe aún la integridad de la propuesta, sólo algo entretenido y bien filmado, como el cine de Tarantino, compartiendo incluso ese regodeo por la violencia. Pero hay más. Y este relato funciona mejor reflejado en los otros.

4: Bombita. Darín sabe explotar muy bien sus recursos actorales con un personaje que padece todas las inclemencias de un sistema desigual y decide actuar en consecuencia. Aquí la resolución es mucho más calculada y oscura que en los episodios anteriores. Se trata de un punto de inflexión en la estructura de la película porque se deja de lado la excusa de la “emoción violenta” que podía justificar en parte las revanchas de los primeros relatos. Las agresiones individualizadas y ocasionales dejan paso a toda una estructura que agrede a un ciudadano, y a su agresiva respuesta, tan desmedida como la de los relatos anteriores pero pensada y por lo tanto menos justificable. Como siempre, Darín cumple con su rol, llevando la carga de un ser que implota antes de explotar. Que encuentre o no redención en sus actos es algo que alimentará muchas discusiones.

5: La propuesta. Oscar Martínez, María Onetto y Osmar Nuñez en la historia más interesante, y la más amarga. La que profundiza la hendidura de la violencia de clase que se dejaba ver en el tercer episodio. En este caso el dinero es el motor que hace y deshace para esconder tragedias. Los personajes están muy bien definidos. Szifrón le otorga verosimilitud a cada detalle, pero sin que se note, allí reside su principal talento.

6: Hasta que la muerte nos separe. Erica Rivas en estado de gracia lleva adelante este relato, el más redondo de todos, cuyo ritmo es perfecto. Final festivo, a toda orquesta. Esa novia al borde reacciona, pero esta vez parecen estar más justificados sus excesos. Es un cierre optimista, que encuentra un más allá en la misantropía que sobrevuela cada historia. Una redención (estilo salvaje) puede ser la consecuencia de una explosión de violencia física y psíquica que termine de una vez con ciertas fachadas absurdas.