Relatos iraníes

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

La herramienta subversiva

Es primordial comprender que en el régimen teocrático de Irán hacer cine forma parte de un acto de subversión, como tal todo aquel cineasta que pretende ejercer la práctica cinematográfica corre serios riesgos de persecución y, en los casos más asonantes como el de Jafar Panahi, la cárcel y la prohibición por dos décadas de filmar y escribir guiones.

A ese antecedente de falta de libertad de expresión, obviamente se le debe adosar el rol de la mujer en la sociedad iraní actual y el denigrante papel que le toca frente a un abuso tras otro de la mirada machista sobre todos los aspectos de la vida, más allá de las creencias religiosas que no son motivo de análisis en este caso.
Para la mayoría del público, pensar en el cine iraní supone el preconcepto de esas películas lentas, morosas y anecdóticas, protagonizadas en su mayoría por infantes, que hacen del conflicto y la cotidianeidad una épica lírica que muchas veces naufraga en su intento de cosechar adeptos y que tiene como representantes, por ejemplo, al multifacético Abbas Kiarostami, galardonado director y muy valorado en festivales internacionales.

No obstante, existen sobrados ejemplos de que no todo el cine persa es igual y tiene temáticas y estilos diferentes de acuerdo a los realizadores que se tomen para establecer rasgos característicos de una filmografía que cada vez llega en cuenta gotas a los circuitos argentinos.

Por ese motivo, lo primero que debe decirse de Relatos Iraníes (2014), de la directora Rakhshan Bani-Etemad, es que la dinámica de su película dista mucho del ritmo habitual de los films iraníes, utiliza la herramienta de la representación cinematográfica para dejar plasmadas ideas con altas dosis de crítica social y poder de síntesis en un discurso que apela a la estructura coral para dividir la trama en siete capítulos o relatos como bien indica el título local.

El pretexto de cada historia, donde el protagonismo de las mujeres es fundamental, marca a fuego las temáticas que supuestamente el estado teocrático procura invisibilizar: la burocracia que aplasta al ciudadano común; la violencia de género; la falta de libertad de expresión y la apuesta a la rebeldía en el orden artístico como modelo discursivo que, a fuerza de alegorías y metáforas, busca construir un manifiesto cinematográfico potente y entendible tanto desde adentro como fronteras afuera.

El eje rector de los relatos es un personaje que con su cámara intenta sortear todo tipo de obstáculos para conseguir el registro documental de esa realidad que encuentra en cada espacio en el que transita. Testigo de las vivencias de personajes que exponen de manera descarnada todo tipo de conflictiva y desamparo. La película gana en términos dramáticos gracias a la impronta literaria de un guión sólido que apela a diálogos agudos para complementar las anécdotas.

Es la cámara la que narra de manera constante al encontrar en cada personaje que aparece en cuadro una voz distinta, es el llanto asordinado de un puñado de mujeres de diferentes edades el que subraya el estado de las cosas y la apuesta a la emoción más genuina, sin artificio y con el menor esfuerzo en busca de la naturalidad.

Lo que se destaca de esta propuesta iraní recae tanto en la condición actoral de muchos de los personajes femeninos, también desde su oficio asumiendo una actitud rebelde junto a la cineasta, para exhibir sobre el manto brumoso de la ignorancia una radiografía palpable de todo aquello que no se tiene presente a la hora de pensar en Irán y no caer en la reducida mirada sobre el fundamentalismo.