Relatos iraníes

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

La sociedad de Teherán en el espejo del cine

 A pesar de tratarse de una de las realizadoras más reconocidas de su país –Jafar Panahi y Mohsen Makhmalbaf forman parte de la misma generación de cineastas–, ninguna película de Rakhshan Bani-Etemad había sido estrenada con anterioridad en nuestro país. Ni siquiera durante la breve “primavera iraní” que siguió al exitoso lanzamiento local de El sabor de la cereza, de Abbas Kiarostami. Luego de varios años refugiada en el terreno del cine documental (la censura durante los últimos años del gobierno de Ahmadineyad fueron particularmente duros), la cineasta regresó a la ficción con esos Relatos iraníes, presentados el año pasado en el Festival de Venecia. Concebidos originalmente como cortometrajes individuales, estos cuentos cinematográficos, ahora unificados por la figura de un documentalista empeñado en retratar distintos aspectos de la sociedad de Teherán, están protagonizados por personajes de films anteriores de la realizadora, como si se tratara de codas o simplemente nuevos capítulos en sus vidas. A pesar de ello, no resulta imprescindible haber visto esos largometrajes previos para comprenderlos cabalmente.Relatos iraníes es, de manera más o menos sutil, dependiendo de qué episodio se trate, una denuncia de varios males sociales, del desempleo a la falta de oportunidades, de la drogadicción a la violencia de género e incluso la prostitución. Las nuevas ventanas de libertad creativa le permiten a la cineasta tratar esos temas de manera relativamente franca y directa, a años luz de aquellos años ’80 y ’90 habitados por la metáfora y el circunloquio. El segundo relato, por caso, encuentra a un jubilado empeñado en ser recibido por un burócrata de manual, más preocupado por la cena de esa noche y la posibilidad de encontrarse con su amante que de cumplir con su trabajo. Ese episodio demuestra los límites de la denuncia: a mitad de camino entre el grotesco realista y el registro ficcional televisivo, se ahoga en su gesto de aprovechamiento de las nuevas libertades adquiridas.Pero esa historia es casi la excepción y lo mejor de la película se encuentra en los relatos que tienen como eje las relaciones entre hombres y mujeres, tema que preocupa a Bani-Etemad desde sus primeros largometrajes y que ahora puede retratar con menos miedo a la proscripción. El film abre y cierra con sendas historias en un taxi, en lo que a esta altura puede definirse como todo un género del cine iraní: las películas a bordo de autos en movimiento. En ambos casos, un chofer (varón) se enfrenta a circunstanciales pasajeras a las que conoce previamente y en el diálogo que se produce durante el viaje la realizadora logra poner en tensión las difíciles circunstancias de la mujer en la sociedad iraní frente a los roles cristalizados por las prácticas culturales y religiosas. Incluso ante un interlocutor aparentemente liberal.En uno de los episodios más dolorosos, una joven golpeada y quemada por su marido intenta refugiarse en un centro de atención para mujeres maltratadas, ante los gritos e improperios del impaciente caballero. Relatos iraníes logra de esa forma poner en el centro de la discusión el concepto de propiedad sobre sus esposas que varios de los personajes masculinos del film parecen dar por sentado. En el que tal vez sea el mejor de los relatos, la carta de despedida de un hombre a su ex mujer, casada ahora en segundas nupcias, dispara miedos y prejuicios en su actual pareja. En apenas poco más de diez minutos, Bani-Etemad ilumina de manera muy precisa la estructura patriarcal de la sociedad iraní desnudando, al mismo tiempo, lo débil que puede resultar su andamiaje psicológico.