Refugiados en su tierra

Crítica de Fernando López - La Nación

Defender la tierra y los recuerdos

Eran poco más de 7000 los habitantes de Chaitén, en el sur de Chile, cuando en 2008 una sucesión de sismos coronada por violentas erupciones del volcán del mismo nombre, primero, y el desbordamiento de los cursos de agua cercanos, después, terminó destruyendo la comuna y la convirtió en algo parecido a un pueblo fantasma.

Apenas unas veinte personas estaban allí cuando dos realizadores de Bariloche, Fernando Molina y Nicolás Bietti, llegaron un par de años más tarde con el propósito de filmar un reportaje sobre esa extraña realidad: gente que -como todas las poblaciones de la zona- había sido evacuada en los tiempos de la catástrofe y que quiso volver a su lugar, a vivir como refugiados en su propia tierra, resistiéndose a las ofertas de relocalización que les proponían las autoridades y a las alarmas que hablaban de contaminación y señalaban que el lugar era inhabitable y peligroso. No querían abandonar su lugar en el mundo, lo poco que quedaba de sus casas y sobre todo su historia, su pasado, sus recuerdos.

En contacto directo con esas personas que les dieron albergue, a las que lentamente fueron sumándose otros regresos, el proyecto de Molina y Bietti fue modificándose y prolongándose en el tiempo: hicieron diez viajes en cerca de cuatro años, durante los cuales lo que el documental registra son pequeños trozos de realidad, páginas sueltas de una crónica de vida que tanto describe la dureza de las condiciones en que transcurre como los sentimientos que animan esa lucha diaria: no es apenas empecinamiento, sino voluntad de defender lo que sienten de verdad propio, lo que contiene su pasado y su memoria, algo que no siempre transmiten en palabras, más allá de las contadas que hacen oír cuando se reúnen entre vecinos o son convocados por algún funcionario para determinar cuáles son las necesidades prioritarias, o para considerar posibilidades de reconstrucción o de mudanza. Lo demás es el lento transcurrir de los días en un escenario que es al mismo tiempo desolador y poético gracias al estrecho vínculo entre la cámara y la realidad, y a la sensibilidad que sabe transmitir la mirada de los realizadores, la silenciosa elocuencia de los rostros y la impresionante y conmovedora presencia de la naturaleza.