Refugiados en su tierra

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Otra vida

Refugiados en su tierra (2013), realizada por Fernando Molina y Nicolás Bietti, trata acerca de un desolado pueblo chileno a los pies del volcán Chaitén.

El año es 2010. Una ristra de cataclismos – tremores, inundaciones, erupciones – ha hecho evacuar a casi todo el pueblo. Unos pocos resisten en sus casas. “Los jóvenes se paran en cualquier parte,” explica uno de los lugareños. “Pero nosotros nos tenemos que quedar”. Esto a pesar de que el gobierno chileno reiteradamente ofrece subsidiar la mudanza de los pueblerinos a prados más verdes. No quieren abandonar su tierra. Antes la muerte.

Nuestro personaje focal es El Turco, a quien acompañamos en sus paseos por las ruinas del pueblo. Le vemos hachando leña. Más tarde sube de nivel y usa una motosierra. Asistimos a las asambleas de los vecinos, que discuten sin mucho éxito sobre cómo llamar la atención del gobierno para hacer valer sus derechos a luz y agua. Las asambleas se filman en las sombras, quizás a modo de ilustrar la falta de visión de la comunidad, quizás porque justo esos días no había luz en la mutual.

A pesar del carácter de facto de la cinta y su predominante estética verité, los directores hacen espacio para presentar momentos intensamente poéticos que a menudo ilustran mucho mejor los suplicios de la comunidad que el mero registro documental. Se trata de pequeños retazos de realidad cuya conjunción alcanza cierta poética a lo Kulechov. La mujer del Turco, Hortensia, observa por la ventana. Oímos tañidos metálicos que alertan la inminencia de terremotos, y vemos aves rapaces circundando los aires. Sumado el horror en la expresión de Hortensia, tenemos un panorama completo del principio, medio y fin de la catástrofe.

En otra instancia un anciano manosea nerviosamente un cuchillo mientras los ruidos de excavadoras y otras máquinas sitian su hogar. En otra, El Turco sale de pesca y atrapa un pez que deja tirado en la playa. Su mirada desorbitada domina la pantalla en gran angular, así como sus jadeos moribundos dominan la banda sonora. El Turco observa el mar, y un barco desaparece en el horizonte, lentamente borrado por la película. La escena es enigmática y podría haber servido como un gran final, aunque la película continúa más de la cuenta con un epílogo extendido.

A lo largo de la película nos preguntamos cuan justificada es la testarudez de esta gente que rehúsa evacuar su tierra. Están convencidos de que el gobierno está forzando su exilio para apropiarse de sus tierras. Puede que el gobierno esté mintiendo sobre el arsénico en el aire y el agua contaminada y la actividad del Chaitén, ¿pero qué hay de las inundaciones y los terremotos? El final de la película sorprende con nueva información y nos enseña a ser igual de suspicaces que la gente del Chaitén.