Refugiado

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Salir de la noche

El director de “Tan de repente” (2002), “Mientras tanto” (2006) y “La mirada invisible” (2010) ratifica con “Refugiado” su capacidad como riguroso narrador para encarar un tema tan delicado y vigente como la violencia de género. Lo que en otras manos podría haber caído en una mera denuncia políticamente correcta, se convierte en un interesante thriller psicológico que excede el marco de la mera concientización, para proyectarse como una película inteligente y necesaria.

Con una buena construcción del suspenso y la tensión, “Refugiado” condensa en pocos días una historia sobre el periplo recorrido por una madre y su pequeño hijo, impelidos a huir de su propio hogar en un monoblock de Lugano, uno de los barrios más densamente poblados de la ciudad de Buenos Aires.

El film comienza con una fiesta de cumpleaños infantil, de esos ruidosos y despersonalizados que transcurren en un lugar alquilado, con chicos aturdidos entre saltos, corridas y música. Al final nadie viene a buscar al pequeño Matías (Sebastián Molinaro) y cuando lo acercan hasta su casa, en un enorme complejo suburbano, encuentra la puerta abierta y a su madre (Julieta Díaz) desvanecida y lastimada entre astillas de vidrios. Ése es el comienzo de una larga noche que sigue en un refugio para mujeres golpeadas.

En realidad se trata de una doble fuga, de los golpes externos e internos, acompañados de la ciclotimia emocional que caracteriza a estos conflictos. La dupla debe luchar con las propias contradicciones: primero el niño y luego la madre hasta que finalmente se rompe el círculo. El film se divide entre momentos de distensión excelentemente logrados gracias al pequeño Molinaro y sus juegos solitarios o en compañía y otras secuencias bastante tensas en las que se percibe el acecho del victimario desequilibrado.

Derrotero frenético

El film sigue siempre de cerca el constante deambular de los dos protagonistas y resulta un conmovedor registro sobre el miedo generado desde el círculo más íntimo, precisamente el que debería proteger y no expulsar violentamente. Para suavizar, existen dos claves de la puesta en escena: el punto de vista, que es el del niño; y el fuera de campo, donde se mantiene la figura del golpeador, un esposo/padre iracundo, del que no vemos el rostro pero sentimos su permanente acoso, su voz y sus reclamos. De esta forma, la película desplaza el conflicto desde la violencia a sus secuelas, tematizando el corte del vínculo parental enfermizo pero también el intento de reconstrucción posterior.

En el registro de cómo madre e hijo viven esa huida, que es al mismo tiempo un viaje de búsqueda y cambio, el espectador comparte su incertidumbre y fragilidad, mientras ellos recorren hoteles y refugios o regresan furtivamente a la vivienda para buscar lo más imprescindible. El chico deja la escuela y la madre, el trabajo en una fábrica textil, donde las compañeras hacen una solidaria colecta para ayudarlos a pasar esa instancia de mayor desamparo.

En este film de aprendizaje e iniciación, es precisamente la fuga lo que domina la tensión dramática: un derrotero frenético de dos víctimas de violencia de género, que además de ser un eficaz relato de escape al modo clásico, conforma también a sus personajes por los gestos, miradas, silencios y pequeños detalles.

En busca del cambio

Marcando un hito en la línea del cine de autor con factura industrial, Lerman construye el relato poniendo en claro la diversidad de conflictos, exhibiendo el miedo pero también la solidaridad. Los encuadres tienden a ser cerrados en correspondencia con el acorralamiento de ambos protagonistas. Hay un excelente manejo de los espacios y la banda sonora: la arquitectura opresiva de los complejos urbanos contrasta con la libertad del contexto y colores en una isla de El Tigre, donde se reencuentran y restauran otros lazos familiares. Allí el niño descubre juegos y objetos diferentes a los que inician la película.

Al gran trabajo de cámara e iluminación se suma una adecuada banda sonora que aprovecha al máximo los sonidos ambientales y se amalgama con música sutil y nunca invasiva.

Es importante que “Refugiado” no queda en el esquema de un film de denuncia: es una historia que parte de un daño físico y sicológico para terminar hablando de las relaciones que rescatan desde el afecto y cómo se puede salir adelante aunque las circunstancias parezcan cerradas y adversas.